Capítulo 108-Lina

Ya es martes y Alex pasó un poco más de dos semanas afuera, sin embargo, al parecer, hoy por la tarde llega; desde que tuvimos “peleíta” por teléfono, no volvimos hablar del tema y tampoco tuvimos largas charlas, solo lo suficiente para saber si estábamos bien. Él no piensa ceder y, obviamente, tampoco yo.

—¿Podemos hablar?

—Pensé que llegabas más tarde —digo, sorprendida al verlo parado en el umbral de la puerta de mi oficina con las manos metidas en los bolsillos. Una forma errónea que tiene de mostrarse despreocupado.

—Vine en el avión privado —explica, mientras se acerca al escritorio y toma asiento frente a mí.

—Me podrías haber avisado —le reclamo.

Aunque la verdad no soy de reclamar, es solo que sé de lo que quiere hablar, y yo no quiero ahora.

—Lo sé, pero si no, no sería una sorpresa —dice, mostrando media sonrisa. Se levanta y rodea el escritorio sin dejar de mirarme a los ojos. Se para a un lado de mí, toma la cabecera de mi silla y la gira poniéndome de frente a él. Con una mano me agarra la nuca y se agacha para besarme como si no existiera un mañana, cuando nos hace falta el aire, se separa apenas un ápice de mí y vuelve a desnudarme con los ojos; con su mano libre tira todos los recibos que tenía esparcidos en el escritorio al suelo, con un movimiento rápido me levanta con una mano en la cintura, al tiempo que la otra sigue en mi nuca y me sienta en el escritorio sin quitar la vista de mis ojos. Vuelve a besarme, anuda mi pelo en su mano, tirando de él ligeramente hacia atrás para besarme el cuello—. Te he echado de menos —susurra en mi oído.

—Yo también —gimo cuando toma mi lóbulo con sus dientes.

Me tira para atrás sin cuidado, haciendo que mi espalda se apoye contra el buró, con una mano agarra las mías y las aprisiona arriba de mi cabeza, y con la otra empieza a desabotonarme la camisa conforme me besa el cuello y va bajando con cada botón de mi camisa que desabrocha.

—Puede entrar alguien.

—Le puse el pestillo —esboza, rozando con sus dientes mi piel. Levanta mi falda, sube su mano por mi muslo hasta llegar a la tanga, la toma del costado y con rapidez la rompe, sacándola, y se la guarda en el bolsillo delantero de su pantalón—. Eres mía —susurra. Luego me mira con su maldita sonrisa maliciosa y se balancea sobre mí, haciendo que pierda el control encima de mi maldito escritorio.

Me penetra sin miramientos y con rudeza, demostrándome que esto es lo que somos. Lujuria, pasión. Conforme me muerde el pezón izquierdo me penetra con furia, provocando que se me corte el aliento. Sin dejar de embestirme, frota mi clítoris con su pulgar. Solo duré varios segundos, antes de que de un estallido llegue el orgasmo que hace semanas no obtenía por su ausencia. Detrás de mí, se dejó ir con un gruñido gutural.

— ¿Pasaste por casa? —pregunto, mientras me abrocho la camisa.

—Sé lo que intentas... —responde, acomodándose la ropa.

—¿De qué hablas?

—Lina— advierte. Se sienta de nuevo en la silla frente a mí.

—Bien —Suspiro—. No quiero discutir, Alex; no acá, no ahora...

—Yo tampoco, pero es algo que debemos hablar.

—Ya te dije lo que pensaba, y sigo pensando igual.

Se pasa la mano por la cabeza, desbaratándose el cabello.

—Lina, necesito que seas completamente mía.

—Y lo soy.

—No lo entiendes, ¿verdad? —cuestiona, negando con la cabeza.

—Ilumíname —apostillo.

—Ángel, te quiero por completo, quiero que en cada lado diga que me perteneces...

—No soy un objeto —espeto apretando los dientes.

—Y no lo eres; eres lo más preciado y valioso para mí... No me interrumpas —ordena, mirándome con fijeza al notar que iba a hablar—. Quiero que en cada lado diga que me perteneces —Voy a abrir la boca otra vez y levanta un dedo para que no hable—, y quiero que en cada lado diga que te pertenezco, que nos pertenecemos. Quiero todo contigo, Lina; Sé que ya estamos juntos, que hacemos casi todo juntos. Creo que lo único que no hacemos juntos es el trabajo. Pero no me alcanza, quiero más; quiero todo, y si eso implica el casarnos para que sea más, quiero eso; hasta me casaría contigo en todas las religiones, en todas las ciudades del mundo —Hace una pausa o termina de hablar, no lo sé, pero yo sigo mirándolo sin decir una sola palabra. Entonces suspira—. Ángel, no se trata de posesión, se trata de amor, de deseo; yo te amo con mi alma, te deseo con locura, nunca me voy a saciar de ti; te necesito en todo momento, te deseo en todo momento, eres la única que me completa, y quiero hacer todo lo que esté a mi alcance para tenerte lo más cerca posible de mí...

—Alex, a mí me pasa igual; También te amo y te deseo con la misma intensidad del primer día. Pero no estoy segura todavía de casarme —intervengo.

—¿A qué le tienes miedo? —pregunta con un tono duro y frío.

—A nada —respondo impasible.

—Entonces, ¿cuál es el problema con casarnos? —cuestiona ya elevando la voz—. ¿Acaso es todo mentira lo que acabas de decir? —Se levanta de la silla y empieza a caminar de un lado a otro—. ¡Contéstame! —grita, apoyando las manos en el escritorio y calándome bajo su escrutinio.

—No miento —digo furiosa.

—No te entiendo —dice, y empieza a caminar de nuevo.

—No tienes que hacerlo —espeto.

—Mierda, Lina, no juegues así —gruñe.

—Bien. ¿Quieres que me case contigo? —pregunto eufórica, él se queda perplejo por mi arranque—. ¡¿Quieres, sí o no?! —le grito para que conteste.

—Sabes que sí, ¿qué pregunta estúpida es esa? —inquiere, apretando los dientes. 

—Bien, entonces... esmérate en cómo pedirlo —Lo desafío con la mirada.

—¿Qué? —pregunta desconcertada.

—Lo que escuchaste, esmérate en cómo pedirlo. No sé, haz la gran Samuel Garnett, haz que me tire de una avióneta contigo en el Lenco Maranhense, o se más creativo —No se va a animar a hacer algo así, solo lo hago para ganar tiempo y salir de esto.

— ¿Brasil? —cuestiona atónito. Yo asiento en silencio—. Carajo, Lina, no soy un puto personaje de las malditas novelas que lees —Se pasa la mano por el pelo y observa como sus ojos están enrojecidos de rabia.

—No seas un puto personaje de las malditas novelas que leo, piensa tu propio modo de proponerlo —exclamo con una sórdida sonrisa.

—Lo haces solo para fastidiarme —grazna y camina a la puerta. Abre un poco y, antes de abrirla del todo y salir, se gira hacia mí, todavía con la mano en el pomo, y me mira con furia—. Bien, si eso es lo que quieres, eso es lo que tendrás —dice entre dientes; abre del todo la puerta y casi se choca con Ian al salir. Este se hizo a un lado, justo para que no lo pasara por arriba.

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