Ya es martes y Alex pasó un poco más de dos semanas afuera, sin embargo, al parecer, hoy por la tarde llega; desde que tuvimos “peleíta” por teléfono, no volvimos hablar del tema y tampoco tuvimos largas charlas, solo lo suficiente para saber si estábamos bien. Él no piensa ceder y, obviamente, tampoco yo.
—¿Podemos hablar?
—Pensé que llegabas más tarde —digo, sorprendida al verlo parado en el umbral de la puerta de mi oficina con las manos metidas en los bolsillos. Una forma errónea que tiene de mostrarse despreocupado.
—Vine en el avión privado —explica, mientras se acerca al escritorio y toma asiento frente a mí.
—Me podrías haber avisado —le reclamo.
Aunque la verdad no soy de reclamar, es solo que sé de lo que quiere hablar, y yo no quiero ahora.
—Lo sé, pero si no, no sería una sorpresa —dice, mostrando media sonrisa. Se levanta y rodea el escritorio sin dejar de mirarme a los ojos. Se para a un lado de mí, toma la cabecera de mi silla y la gira poniéndome de frente a él. Con un