Llegamos a la escuela y Gaby es el primero en bajar del auto, sale corriendo para alzar a Aye; Yo ni me gasto en bajar, ya que no va a soltar a su lindo tío para abrazarme a mí. Le hace señas a Ian para que pase adelante y él sube atrás con mi hija.
—Hola, mami —saluda, trepándose en el asiento y dándome un beso en la mejilla.
—¿Cómo estás, princesa?
—Bien. Hola, Ian, ¿preparado para perder a los jueguitos? —le pregunta, frotándose las manos.
—Hija tuya, ¿verdad? —apostilla él, mirándome. Se da la vuelta y queda de frente a Aye—. Hoy pienso ganarte, ratonsuela —le dice sonriendo.
—Eso lo veremos, grandulón —le responde mí hija, provocando una risa colectiva.
Enciendo el auto y vamos rumbo al resto, donde me espera escuchar por enésima vez la propuesta de Erik.
Ya hace una semana que Alex está lejos, y siento su ausencia. No me gusta depender mucho de la presencia de un hombre, pero él rebasó mi sentido de orientación. Por eso decidió llamarlo.
— ¿Cómo estás? —pregunta del otro lado de la línea.
—Bien, un poco cansada, pero bien, ¿y tú? ¿Cómo te estás yendo en estos días?
—Estoy bien y sí, por ahora me está yendo bastante bien. ¿Viste lo que te dejé?
— ¿Qué me dejaste? No entiendo.
—Lo mandé hace un par de días, Erik me dijo que se lo dio a Aye, para que lo pusiera en el lugar donde le ordené.
—La verdad es que no, mi amor; Llegué a la habitación hace cinco minutos para llamarte, y antes no vi nada.
—Está bien, mira en mi mesita de noche —Lo hago, mientras habla—; Hay un sobre color bronce. ¿Lo tienes?
-Si. ¿Qué es? —cuestiono sin querer sacar conclusiones precipitadas.
—Ábrelo —insta. Lo hago, y mi alma salió corriendo de la habitación sin siquiera esperarme. Maldita traidora.
— ¿Qué es esto? —pregunto con apenas un hilo de voz.
—Son iglesias, y estancias donde podemos casarnos, también hay lugares donde podemos pasar nuestra luna de miel —Me explica, al tiempo que sigo en plan mutismo; No puedo ni pensar. Esto no es lo que quiero; al menos, no por ahora. Quizás más adelante, pero no ahora, es muy pronto para casarnos. Como digo que no, sin lastimarlo—. Lina, ¿estás ahí? —pregunta, y al ver que no responde vuelve a intentarlo—. ¿Ángel? —llama con más calma y suavidad.
—Sí... Sí, aquí estoy.
—Mi amor, estuve toda la semana organizando como pedírtelo, y se me ocurrió hacerlo de esta forma, porque soy un puto cobarde que no quiere el rechazo en la cara. Sé que, eso del casamiento, mucho no te gusta; Pero quizás te pueda convencer. Es algo que anhelo —Suspira y espera a que yo responda, pero no lo hago; No puedo hacer nada, porque no quiero casarme y no quiero lastimarlo. ¿Cómo m****a salgo de este embrollo?—. Lina, por favor, di algo.
—Es... Es que no sé... —balbuceo—; no sé qué quieres que te diga —suelto finalmente.
—Que quieres casarte conmigo —declara, con un tono cómplice que me estremece el corazón, pero soy consciente de qué es lo que quiero.
—Alex, yo... Dios... —Otra vez me trabo, odio que eso pase, y el culpable de eso siempre es él—. Alex, yo no quiero casarme; al menos no por ahora, ni siquiera sé si me gustan las bodas, y no quiero hacerlo —dejo salir las palabras a toda velocidad—. Yo te quiero, y lo sabes, pero no puedo casarme; es decir, no quiero hacerlo, para mí es muy pronto, necesito tiempo —termino con un hilo de voz, y me doy cuenta que estoy temblando. Pasaron largos y eternos segundos antes de que él volviera a hablar.
— ¿No quieres casarte conmigo?
—No es que no quiera casarme contigo; es que no quiero casarme. Alex, estamos juntos, vivimos juntos, compartimos casi todo juntos. ¿Cuál es la diferencia de tener un papel que diga que estamos juntos?
—No se trata simplemente de eso, Lina —Su voz es seria y dura. Sé que no le está gustando nada este tema—. Es que lo que dijo Erik el otro día con respecto a eso me dejó pensando, y creo que comparto su pensamiento.
—Eso es absurdo, Alex; ya soy tuya y tú eres mío, para el mundo entero, sin necesidad de un condenado papel —afirmo, ya encontrando un poco el valor gracias a la rabia que siento rugir en mi interior por lo que me está diciendo.
—Yo no lo veo absurdo, sería algo realmente certero de nuestra relación —expone.
-Alex...
—No, Lina; es mejor que hablemos cuando lleguemos. Ahora tengo que seguir trabajando.
—Alex, no me cortés así sin más, no te ofendas —digo, casi suplicando.
—No me ofendas; Solo tengo que seguir con el puto trabajo. Cuando lleguemos a casa hablamos. Si quieres, bien; y si no, a la m****a —dice y cuelga, dejándome con el teléfono en la oreja como una estúpida.
Ahora paso a ser la mala de la película, la insensible. Qué m****a, y todo esto por el bendito corazón de gelatina que tiene Erik. Esto nos va a traer pelea para un buen rato. Yo... No quiero casarme; que me expliquen en qué cambia nuestra relación al casarnos, si hacemos todo lo que hacen los que están casados. ¿Es porque no llevo un puto anillo? ¿O es porque en ningún papel insignificante está su apellido después del mío? ¿Es porque no dejo de ser Rinaldi, para pasar a ser Betanckurt? Es una idiotez. Una reverenda idiotez.
No dormí en casi toda la noche, ya son las siete de la mañana y yo sigo pensando en lo que me dijo Alex. ¡¡Basta!! Voy a levantarme e ir a trabajar. No necesito pensar en esto ahora. Luego de la ducha, me observa en el espejo y veo las marcas de ojeras a consecuencia de no pasar una buena noche. Decidí vestirme sin dejar de maldecir e ir a cumplir con mi rutina de todas las mañanas; dejo a mi hija en la escuela y después emprendo viaje al resto.
Esta vez mi música es Muse, con Panic station, estoy tan sumida en mis pensamientos que necesito el estallido de esta canción hasta que llegue al resto. En ese momento suena el celular, miro la pantalla y veo que es unas de las niñeras. Presione el mando del volante para atender en alta voz.
—¿Qué pasa?
—Señorita, va muy rápido, debería ser más prudente y bajar a la velocidad permitida —habla Marcelo del otro lado, y me doy cuenta que es él por el acento cordobés.
Miro el velocímetro y tiene razón, sin darme cuenta voy a ciento veinte, en una zona donde el máximo permitido es noventa.
—Qué observador —digo y bajo la velocidad—. ¿Mejor, Marcelo? —Él piensa por un momento y luego habla.
—Sí, señorita —Sonrío y cuelgo sin decir más nada.
El olor a café y la música de fondo no pueden faltar en el resto, y es así como me recibe todos los días por la mañana. Hoy se escucha de fondo... ¿Qué m****a es esa música espeluznante?
—Sofí, por Dios, ¿qué es esa cosa que suena? —pregunto al llegar al mostrador.
—Supuestamente, según Tony, es Jazz —responde, mientras me saluda con un beso en la mejilla.
—Estás de broma —digo incrédula, niega—. Eso no es Jazz, es una canción de alguna película extraña de los setenta, en donde terminan todos muriendo por el sendero —Ella se ríe y me tiende mi café de la mañana.
—Ahí viene —habla señalando las puertas dobles que dan a la cocina, y veo a Tony saliendo por ellas—. Por favor, haz que lo saque —súplica Sofi.
—Hola, jefa —saluda Tony, acercándose y planteándome dos besos.
—Tony, saca esa m****a de música, que me están sangrando los oídos —exclamo antes de decir alguna otra cosa.
—Lina, vienes mal de la audición, entonces —sugiere, divertido.
—Al menos, no de la vista —gesticulo dientes grandes en mi boca, para que se dé cuenta que lo digo por esos chicos que casi los atiende arrodillado.
—Muy chistosa.
—La música —ordeno. Él se va refunfuñando por lo bajo. Con Sofi nos reímos por sus arrebatos. En eso se escucha... ¿Lambada? De mi boca sale una sonora carcajada—. Acaba de poner a Kamoa. ¿Qué le pasó hoy?
—¿Quién es Kamoa? —pregunta Sofi.
—Lo que escuchas, eso es Lambada —La miro y veo que la música le es conocida, pero todavía no la relaciona—. Creo que Tony anda cachondo hoy.
—Siempre parece estarlo —se mofa.
Voy a la cocina a ver a Sole; estos días se la pasó mucho ahí, ya que está en semanas de solicitudes y se la pasa practicando e inventando recetas.
—Veo que sigues utilizando la cocina como laboratorio para tus experimentos —manifiesto, mientras me acerco a ella.
—Hola, Lina; sí, algo así —habla con una voz un poco apagada y no es muy propio de ella.
—¿Pasa algo?
—Erik se fue esta mañana con Alex, tenía trabajo que hacer allá —responde triste.
—Sí, único; sabes que de vez en cuando tiene que viajar. No hagas un drama de todo —Como veo que no consigo nada, y tampoco me responde, sigo hablando—. Es más, ya que no está Erik ni Alex, puedes venir a mi casa a quedarte hasta que vuelvan, y hacemos noche de chicas hasta que nos invadan los hombres de nuevo.
—Es una buena idea —expresa, saltando eufórica. Sí, creo que extrañaba tanto como yo esas noches.
Esa misma noche se instaló en mi casa hasta la vuelta de los hombres. Pasamos una semana juntas; nos han visitado Gaby, Ian, y hasta Sofi «que rara vez la vemos fuera del resto, ya que siempre tiene algo que hacer», para hacer que Sole no se sintiera tan acongojada porque Erik no estaba.