Capítulo 3.- El desafío.

El amanecer trajo consigo un cielo grisáceo, cubierto todavía por el humo que se elevaba en hilos oscuros desde la herida que era la torre Cross Enterprises. La ciudad entera despertaba con un murmullo de rumores y noticias: el terrible incendio, la milagrosa evacuación, el heroísmo de los bomberos... y, sobre todo, el nombre de una mujer que resonaba en titulares digitales y noticieros de la mañana: Blair Drakaris. La capitana del equipo de bomberos que había desafiado las llamas y a la muerte misma para salvar a los empleados de la corporación. Su nombre, su rostro cubierto de hollín, se había vuelto un símbolo inesperado de valentía.

Cyrus Cross estaba en su despacho temporal, una suite de lujo que ocupaba el piso más alto de otra de sus imponentes torres. La taza de café humeaba frente a él, intacta, un vapor que no podía disipar la helada calma que sentía por dentro. No era un hombre de perder el tiempo en trivialidades, pero había pasado casi una hora leyendo y releyendo los reportes de su propio equipo de relaciones públicas y los análisis de noticias. Cada uno, sin excepción, mencionaba a Blair como la pieza clave del rescate. Los medios la elogiaban como una heroína, una guerrera moderna que había humillado al peligro.

Sus dedos, largos y elegantes, tamborileaban sobre la mesa de cristal, un sonido rítmico que resonaba en el silencio. Había invertido millones de dólares en la construcción de Cross Enterprises, y aún más en la reputación inquebrantable que representaba. Y ahora, lo único de lo que hablaba la ciudad no era de la magnitud de su pérdida o de la eficiencia con la que su equipo había manejado la crisis inicial, sino de ella. La frustración y la curiosidad se mezclaban en su interior, un cóctel de emociones que rara vez permitía.

La puerta de la oficina se abrió tras un golpe seco y tentativo. Su asistente, un hombre joven y siempre impecable llamado David, entró con una cautela que delataba su nerviosismo. Las manos de David temblaban ligeramente mientras sostenía una tableta.

—Señor Cross, la capitana Drakaris está aquí. Insiste en hablar con usted. No tiene cita, no… no pude detenerla —informó el hombre, con una voz que era casi un susurro.

Cyrus se irguió en su asiento. Por primera vez en mucho tiempo, una chispa de algo parecido a la expectación atravesó su semblante. Un reto. Y a él le gustaban los retos.

—Hazla pasar —ordenó con voz firme, sin apartar los ojos de su asistente. La orden no admitía discusión.

Blair entró con un paso firme y decidido, sin vacilar ni por un segundo. Llevaba su uniforme de bombero totalmente limpio, no era ni el rastro del que tenía puesto horas atrás. Su cabello rojizo estaba recogido en una cola de caballo alta, revelando las finas facciones de su rostro. Sus ojos, encendidos con la misma intensidad de la noche del incendio, se encontraron directamente con los de Cyrus. No había miedo en su mirada, solo un propósito inquebrantable.

No saludó con la formalidad que la situación requería. No se inclinó ante el poder que representaba el hombre frente a ella. No pidió permiso para su intrusión. Simplemente avanzó hasta el centro del despacho, como si ese territorio perteneciera tanto a ella como a él. Se detuvo a una distancia prudente de su escritorio, con los brazos cruzados sobre su pecho, un gesto de desafío silencioso.

—Vengo a decirle algo claro, señor Cross —Su voz era firme, cortante, cada palabra un golpe preciso—. Sus edificios tienen protocolos de seguridad obsoletos. Sus empleados estaban atrapados en los pisos superiores porque las salidas de emergencia estaban bloqueadas por el material de remodelación que tenían acumulado en los pasillos. Si vuelve a pasar algo así, no será solo fuego lo que lo consuma, sino la justicia.

Cyrus la observó en silencio unos segundos que parecieron eternos. Su expresión no cambió. Se levantó lentamente de su silla de cuero, sus movimientos calculados, y caminó hacia ella con ese aire de depredador que nunca lo abandonaba. La inmensa ventana que ocupaba toda la pared detrás de él enmarcaba la ciudad, haciéndolo parecer el amo de todo lo que alcanzaba la vista.

—¿Acabas de entrar en mi oficina para culparme de un incendio que aún no ha sido investigado por completo? —Su voz era baja, pero cargada de una fuerza que hacía temblar.

Blair no retrocedió, sosteniendo su mirada sin titubear.

—Entré para decirle que su soberbia casi le cuesta la vida a decenas de personas.

El silencio entre ambos se tensó, como una cuerda a punto de romperse. La atmósfera se volvió pesada, cargada de una electricidad que no tenía nada que ver con los cables o el fuego.

Cyrus sonrió, pero no era una sonrisa amable ni sincera. Era la de un hombre acostumbrado a que nadie lo desafiara, a que todos sus rivales se sometieran.

—Eres valiente, capitana Drakaris. Quizá demasiado.

—No es valentía, es deber. —Blair le sostuvo la mirada, inmutable—. Algo que tal vez usted desconoce.

La frase le atravesó como un puñal. El aire que había en la sala se volvió más denso. Cyrus apretó los dientes. Nadie, jamás, lo había confrontado de esa manera, cuestionando no solo sus acciones, sino su carácter, su misma esencia. Y sin embargo, en lugar de aplastarla con su poder, se descubrió atrapado en la furia brillante que ella emanaba. Era una especie de fuego nuevo, algo que él no podía controlar y que, sorprendentemente, lo intrigaba.

—¿Deber, dices? —Su voz descendió a un tono bajo, casi peligroso, un murmullo que exigía atención—. Yo construyo ciudades. Genero miles de empleos. Mantengo el motor de esta sociedad en movimiento. ¿Quieres hablarme de deber? Mi deber es con la prosperidad, con el progreso.

Blair dio un paso más cerca, sin importarle la distancia. Podía sentir el perfume discreto de su traje de diseñador, una fragancia de éxito y poder, mezclado con el humo que aún impregnaba su propia piel, un recordatorio de la lucha.

—Su deber es proteger a esa gente que trabaja para usted, no exhibir su riqueza en torres que se convierten en trampas mortales. ¿De qué sirve el progreso si las vidas se pierden en el proceso? El deber que yo conozco es el de la responsabilidad, el de la humanidad.

Cyrus inclinó apenas la cabeza, estudiándola como si fuera un enigma, un problema complejo que requería toda su atención. Había ira en sus palabras, sí, pero también una pasión, una convicción tan feroz que lo quemaba más que el calor del incendio de la noche anterior. Era una pasión que él mismo buscaba en sus negocios, pero que rara vez encontraba en las personas.

—Eres diferente —Su declaración salió como un murmullo, casi involuntario.

Blair frunció el ceño, el desdén en sus facciones.

—No me interesa ser diferente para usted. Solo quiero que asuma su responsabilidad y se asegure de que algo así no vuelva a ocurrir.

Él soltó una breve carcajada, un sonido seco y sin humor, aunque sus ojos seguían fijos en los de ella, intensos, grises como acero.

—La mayoría de la gente que entra en este despacho me pide favores, contratos, dinero… Tú eres la primera que entra aquí para insultarme.

—No me importa lo que quiera la mayoría —replicó Blair, desafiante—. Yo no lo admiro ni lo temo. Yo solo lo veo como el hombre que casi mata a mi equipo y a un grupo de personas.

El aire se volvió tan espeso que parecía tangible. Cyrus sintió un latido fuerte, casi violento, en su pecho. No la temía, pero tampoco podía apartar los ojos de ella. Había algo en su rebeldía que lo excitaba, como un fuego que nadie había logrado encenderle jamás.

—Cuidado, capitana —Su voz bajó aún más, grave, con un filo seductor que ella percibió de inmediato—. No sabes lo que provoca en un hombre que lo mires así.

Blair no se dejó intimidar. Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica, el hollín casi invisible en las comisuras de su boca.

—Provoco que se vea por primera vez como lo que realmente es: un hombre, y no un dios.

Cyrus se quedó en silencio. Sintió cómo esa mujer le arrancaba las máscaras a las que el mundo entero se rendía. Y lo odiaba, porque le mostraba su vulnerabilidad. Y lo deseaba, porque esa misma vulnerabilidad lo hacía sentir más vivo que nunca.

Blair se giró hacia la puerta, la conversación terminada.

—Arregle sus protocolos, Cross. Y hágalo rápido. La próxima vez no pienso arriesgar a mi equipo por culpa de su arrogancia.

Y sin esperar respuesta, salió, dejando tras de sí un silencio que pesaba como plomo. La puerta se cerró con un suave clic, pero en su mente, el eco del portazo resonaba.

Cyrus permaneció quieto, mirando la puerta cerrada como si esperara que ella regresara. Su respiración era más agitada de lo que admitiría jamás. La imagen de ella, de su desafío, se había grabado a fuego en su mente. Por primera vez en años, alguien lo había desarmado, lo había visto más allá de su riqueza. Y lejos de apartarla de su mente, la imagen de esa mujer caminando con una seguridad que no se compraba con dinero lo perseguía con una intensidad peligrosa.

Sonrió, esta vez sin arrogancia, sino con algo más oscuro, un plan que empezaba a tomar forma en su mente.

—Blair Drakaris… —murmuró para sí mismo—. Has encendido un fuego que no pienso apagar. 

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