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Capítulo 4.- Estratégias de fuego.

Blair no había dormido más de cuatro horas. Se había pasado la noche en vela, con el recuerdo del incendio reviviendo en su mente en un ciclo implacable. El olor a humo, la adrenalina que todavía corría por su sangre, los rostros de las personas que había rescatado... y, por encima de todo, el recuerdo de esos ojos grises que la habían desarmado en su propia oficina. Un par de ojos que la habían visto de una manera que nadie lo había hecho antes, una mirada que la había analizado, medido y, de alguna forma, reconocido.

Sacudió la cabeza con fuerza mientras se ponía la chaqueta de su uniforme, limpia de cualquier rastro de hollín. No podía permitirse pensar en Cyrus Cross. Era un magnate arrogante, un depredador de traje y corbata, acostumbrado a dominar a todos con dinero y poder. Su mundo era de cristal y acero, de cifras y balances. El de ella era de fuego y agua, de rescates y vidas salvadas. Los dos eran opuestos, y ella no tenía ninguna intención de que se cruzaran.

En la estación de bomberos, el ambiente era distinto. Su equipo estaba exultante, todavía sintiendo el orgullo y la adrenalina del rescate. Sus compañeros no dejaban de bromear con su "protagonismo" en las noticias. Algunos le aplaudieron cuando entró, otros le mostraron memes improvisados con su foto cargando a uno de los empleados de la torre en llamas.

—Capitana Drakaris, ahora es oficialmente una heroína de televisión —dijo Ramírez, su compañero más cercano y un hombre tan sólido como el granito, con una sonrisa burlona.

—Si siguen molestando, me encargaré de que limpien todos los camiones esta semana —replicó Blair, aunque una sonrisa se le escapó de los labios a pesar de su seriedad.

No quería la fama. No le interesaba ser una heroína de los medios de comunicación. Quería que la ciudad tuviera menos negligencia y más prevención, que los protocolos de seguridad fueran una prioridad y no una formalidad. Pero en el fondo de su corazón, sabía que el incendio de Cross Enterprises había cambiado algo. No solo en la prensa. También en su interior. Esa confrontación con Cyrus, esa chispa que se había encendido entre ellos, era un fuego nuevo y aterrador.

A kilómetros de allí, en la cima de otra de sus torres, el magnate leía los mismos titulares con una mirada completamente distinta. No eran las pérdidas millonarias lo que ocupaba su mente esa mañana. No eran los informes de los ingenieros ni los abogados que ya preparaban demandas y seguros. Era ella. Su nombre aparecía en cada página digital, en cada noticiero. Y cada foto mostraba esa mezcla de fuerza y desafío que lo había desarmado en su propia oficina.

Él no era un hombre que dejara las cosas al azar. Si algo despertaba su interés, lo perseguía hasta hacerlo suyo. Y esa mujer se había convertido en algo más que un simple interés: era una obsesión que ya ardía demasiado fuerte como para ignorarla. La había enfrentado, lo había humillado de cierta manera, y ahora él, el hombre que lo tenía todo, solo quería una cosa: a Blair Drakaris. Quería entenderla, quería poseer esa misma fuerza que ella emanaba.

—Quiero un informe completo de su carrera, su vida, su equipo —ordenó a su jefe de seguridad con voz tan fría como el acero. No era una petición, era una orden.

—¿De la capitana Drakaris? —El hombre dudó un segundo, sin poder creer la petición. Pero la mirada del magnate no admitía preguntas.

—Exacto. Y quiero que alguien me consiga una reunión oficial con el cuerpo de bomberos. Diré que quiero ofrecer donaciones y mejoras en infraestructura.

El jefe asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Cyrus nunca hacía una movida sin un plan. Asumir que solo quería ser generoso era un error que muy pocos en su círculo cometerían. El jefe de seguridad salió sin decir nada más, dejando a Cyrus solo con sus pensamientos. Cyrus se quedó mirando por la ventana, con la ciudad extendiéndose bajo sus pies como un tablero de ajedrez. Una sonrisa calculadora se dibujó en su rostro.

—Si no quiere entrar en mi mundo… —murmuró para sí mismo—, entonces yo entraré en el suyo.

Dos días después, Blair se encontró sentada en una mesa de la alcaldía, rodeada de sus superiores, funcionarios municipales y, para su sorpresa, el magnate que se creía dueño del universo. La reunión había sido convocada con urgencia por la oficina del alcalde, y la habían informado de que un "donante anónimo" quería hacer una contribución a los bomberos. Ese donante, por supuesto, no era nada anónimo para ella.

Cyrus estaba impecable, con un traje azul oscuro que parecía hecho a medida para resaltar su físico. Su serenidad era tan estudiada que parecía una obra de arte. Su presencia dominaba el salón, un campo de fuerza de poder que hacía que los demás se sintieran más pequeños, como si todos estuvieran ahí solo porque él lo había decidido. Los murmullos cesaron en el momento en que él se puso de pie para hablar.

—Señoras y señores —comenzó, con una voz grave y modulada que llenó la sala—, después de lo ocurrido en mi edificio, he tomado la decisión de invertir en la seguridad de esta ciudad. Donaré fondos para modernizar equipos, vehículos y sistemas de respuesta para el cuerpo de bomberos. Es una inversión en el futuro de nuestra gente.

Un murmullo de aprobación recorrió la sala. Los superiores de Blair intercambiaron miradas satisfechas, sus rostros iluminados por la perspectiva de un presupuesto que no tenían que pelear. Ella, en cambio, lo miraba con suspicacia, sus ojos verdes fijos en cada uno de sus movimientos. Sus palabras eran generosas, pero sus ojos la buscaban constantemente, como si cada frase estuviera dirigida solo a ella. Había algo en su mirada que la hacía sentir incómoda, como si fuera la única persona en la habitación.

—Es un gesto loable, señor Cross —dijo uno de los jefes de brigada, con una voz llena de gratitud.

—Lo hago porque respeto el valor de quienes arriesgan sus vidas cada día —respondió Cyrus, y entonces clavó sus ojos grises en ella. Sus palabras sonaban honestas, pero la mirada que le dirigió no era de respeto, sino de desafío—. Algunos más que otros.

Blair sintió el calor ascenderle por la piel, una mezcla de rabia y vergüenza. Se obligó a mantener la calma, a no permitir que su emoción se notara. Se aclaró la garganta, y cuando habló, su voz fue tan clara y cortante como el cristal.

—Esperemos que no sea solo un acto de relaciones públicas.

El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Nadie se atrevía a interrumpir, ni siquiera a respirar. Él arqueó apenas una ceja y dejó escapar una leve sonrisa.

—No esperaba menos de usted, capitana.

El resto de la reunión transcurrió con protocolos, números y discursos. Pero Blair apenas escuchaba. Sentía esa presencia invadiendo cada rincón de la sala, como un fuego silencioso que amenazaba con envolverla. La sensación era abrumadora, la certeza de que él no estaba allí por la seguridad de la ciudad, sino por ella.

Cuando todo terminó y los asistentes se dispersaron, Cyrus se acercó a ella, sus pasos firmes y calculados. La mayoría de la gente lo esquivaba, pero él se dirigió directamente hacia ella.

—Capitana —Su voz fue baja, casi íntima, a pesar de que estaban en un pasillo lleno de gente.

Ella lo enfrentó con los brazos cruzados.

—No intente impresionarme con cheques, señor Cross. Mi trabajo no está en venta —dijo, desafiante.

Él sonrió, inclinado apenas hacia ella.

—¿Quién dijo que quiero comprarlo? Quizá lo que quiero es entenderlo.

Blair sostuvo la mirada, sus ojos verdes fijos en los de él. No retrocedería, aunque su pulso se aceleraba de forma irritante.

—No hay nada que usted pueda entender de mi vida. Somos de mundos distintos.

—Y sin embargo… —bajó la voz, con un brillo peligroso en los ojos, una promesa velada—. Cuando entraste en mi edificio en llamas, fuiste lo único que vi.

El aire se espesó. Blair apretó los labios, buscando una respuesta que no revelara la tormenta en su interior. Finalmente, habló, sus palabras cortantes como un cuchillo.

—Olvídeme, Cross. No soy un incendio que pueda controlar.

Se giró y se alejó con pasos firmes.

Cyrus la siguió con la mirada, y una sonrisa lenta y oscura se dibujó en su rostro. La había irritado, la había provocado, y el resultado era exactamente el que quería.

—No, Blair… —murmuró para sí—. Eres un incendio que pienso avivar.

Aquella noche, Blair salió a correr por las calles silenciosas, un ritual que usaba para despejar su mente. El aire frío le golpeaba el rostro, pero no lograba apagar el calor que ese hombre había encendido en ella. Se odiaba por pensar en él, por recordar la intensidad de su mirada. Cada paso que daba, el eco de sus palabras resonaba en su cabeza.

«Maldición, esto es una jodida pesadilla», pensó. No podía permitirse flaquear. Su vida estaba dedicada al fuego real, a salvar vidas, no a perderse en los juegos de poder de un hombre que lo tenía todo y quería más. Pero, a pesar de todo su esfuerzo, en lo más profundo de su pecho, algo ardía. Era la chispa que él había encendido, y la sabía que era el inicio de un fuego que sería muy difícil de apagar.

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