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Capítulo 2.- Confrontación.

El humo todavía impregnaba el aire, denso y cargado con el olor acre del metal quemado y el plástico fundido. A lo lejos, las sirenas aullaban con una persistencia que se había vuelto un eco de la catástrofe. Los últimos focos del incendio eran apagados con chorros de agua que caían como cascadas desde lo alto de los camiones, disipándose en nubes de vapor que se elevaban hacia el cielo grisáceo del amanecer. La torre Cross Enterprises había sobrevivido, pero estaba herida de muerte: ventanas hechas añicos que parecían cuencas vacías, vigas retorcidas como huesos de una criatura gigante, y paredes ennegrecidas por el hollín que contaban la historia de la batalla. Lo que antes era un monumento al poder y la opulencia, ahora era un lienzo de cicatrices visibles.

Blair se quitó el casco con un gesto cansado, dejando que el aire fresco de la madrugada acariciara su rostro. Su cabello húmedo y pegajoso se soltó en mechones rojizos que enmarcaban su rostro, ahora cubierto de hollín. Respiraba de forma agitada, el aire raspando en su garganta. El uniforme, quemado y pesado por el sudor, se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Había pasado más de una hora combatiendo las llamas y, lo que era más importante, rescatando a la gente atrapada. Su cuerpo, cada músculo, cada fibra, pedía descanso a gritos. Pero su mirada, sus ojos de un intenso color verde, aún ardía con la misma intensidad que las llamas que acababa de enfrentar. Había una mezcla de agotamiento y adrenalina que la mantenía en pie, una energía cruda que no le permitía desplomarse.

Mientras bebía el agua de una botella que le alcanzó un compañero, el sonido de su nombre rompió la burbuja en la que se encontraba.

—¿Blair Drakaris?

Giró la cabeza y lo vio.

Cyrus Cross se abría paso entre la multitud de bomberos, policías y empleados rescatados como si el caos alrededor no lo tocara. Caminaba con una autoridad innata, cada paso medido y firme. Alto, impecable a pesar de la ceniza que flotaba en el aire, llevaba un traje oscuro sin una arruga. Sus ojos grises, fríos y agudos como el filo de una navaja, estaban fijos en ella. Era como si la torre en llamas hubiera sido solo un telón de fondo, y él la verdadera presencia dominante de la escena, el epicentro de toda la atención. Un halo de poder y arrogancia lo rodeaba, una especie de campo de fuerza que mantenía a los demás a distancia.

Blair apretó los labios. Lo conocía, claro que sí. Era imposible no hacerlo. El magnate más comentado en la ciudad, dueño de medio distrito financiero, un hombre que se había forjado su imperio a base de ambición y astucia. Arrogante hasta en las entrevistas televisivas, con una confianza que rozaba la insolencia y que daban ganas de apagar la televisión para no tener que oírlo. Y ahora, estaba frente a ella, mirándola con un filo tan cortante que casi se sintió desafiada a su nivel más primitivo. La irritación se encendió en su interior.

—Sí, soy yo —respondió, alzando la barbilla, negándose a ceder un centímetro.

Cyrus se detuvo a unos pocos pasos, lo suficientemente cerca para que Blair sintiera la presión de su presencia. Su silencio pesaba más que cualquier palabra. La observó de arriba abajo, escaneándola: el uniforme sucio, las manos arañadas y ennegrecidas, los ojos encendidos que reflejaban la lucha, las mejillas sonrosadas por el calor y el esfuerzo. Y algo, un músculo en su mandíbula, se contrajo. Un atisbo de una emoción que Blair no supo identificar pasó por sus ojos.

—Arriesgaste demasiado. —Su voz fue grave, controlada, una orden disfrazada de afirmación.

Blair arqueó una ceja, la fatiga momentáneamente olvidada.

—Ese es mi trabajo. —Se encogió de hombros, restando importancia a sus palabras con una indiferencia genuina.

—No. —Negó suavemente, un destello de irritación cruzando sus ojos. Su tono se volvió más tenso—. Es una locura. Entraste dos veces al infierno cuando ya habías cumplido tu deber.

Blair dio un paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. No iba a dejar que la mirada altiva de ese hombre, con toda su riqueza y su poder, la aplastara. El cansancio había sido reemplazado por una ráfaga de furia.

—¿Locura? —repitió con una voz baja y peligrosa—. Dígales eso a las veinte personas que hoy están con sus familias, que hoy respiran gracias a esa “locura”.

La multitud de bomberos, curiosos y empleados rescatados que se había reunido alrededor guardó silencio, como si estuvieran en medio de una obra de teatro. Nadie se atrevía a interrumpir. Era como si todos esperaran, con el aliento contenido, para ver qué ocurriría entre esos dos titanes, uno de la riqueza y otro del coraje.

Cyrus sostuvo su mirada, la tensión entre ellos casi palpable. Nadie, absolutamente nadie, lo desafiaba así. Estaba acostumbrado a que sus órdenes fueran obedecidas sin chistar, a reverencias disfrazadas de sonrisas y a que incluso sus enemigos lo respetaran en silencio. Pero esa mujer… esa mujer lo miraba de frente, como si no le debiera nada, como si su imperio y su poder no fueran más que una capa superficial. Y eso lo enfurecía tanto como lo fascinaba. Era una dicotomía que lo descolocaba.

—¿Sabes cuánto cuesta este edificio? —preguntó con un tono que sonaba a amenaza, señalando la estructura con un gesto de la mano.

Blair cruzó los brazos sobre su pecho, un gesto defensivo que también era de desprecio.

—¿Sabes cuánto vale una vida humana? —contraatacó, enarcando una ceja, hastiada de su prepotencia y su falta de humanidad.

La respuesta cayó como un golpe, certera y contundente. El silencio que siguió fue absoluto. Cyrus inspiró hondo, intentando contener la rabia… y otra emoción que no entendía, que se sentía extrañamente parecida a la derrota. Por primera vez en años, alguien lo había dejado sin palabras. Las réplicas ingeniosas y arrogantes que tenía preparadas se desvanecieron en el aire, impotentes ante la sencillez y la fuerza de su pregunta.

Blair aprovechó el silencio, la victoria momentánea, para girarse hacia sus compañeros.

—Vamos, chicos, tenemos que revisar informes y dejar todo listo. —Y empezó a alejarse, dándole la espalda al magnate, caminando con una seguridad que la hacía parecer una reina abandonando su reino después de una audaz conquista.

Pero Cyrus no se movió. La siguió con la mirada, sintiendo un calor extraño en el pecho. No era solo el fuego lo que le había robado el aire esa noche. Era ella. Esa mujer de cabello rojizo que desafiaba incluso a la muerte y al hombre más poderoso de la ciudad, y que lo había enfrentado como si él fuera un simple mortal… y no el dueño del imperio que todos temían.

Una sonrisa casi imperceptible curvó los labios de Cyrus.

—Interesante —murmuró para sí mismo.

En ese instante, supo que aquella no sería la última vez que se cruzarían. La torre, su imperio, podía ser reconstruido. Pero la conexión que acababa de forjar, la chispa de desafío que acababa de encender, era algo que no podría ignorar. Blair Drakaris se había convertido en un enigma que, para su propia sorpresa, estaba ansioso por descifrar. La vida de un magnate se medía en logros y conquistas. Y él, Cyrus Cross, acababa de encontrar su próximo desafío, uno que no tenía que ver con las finanzas, sino con la voluntad de una mujer.

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