Después de la infernal fiesta, Samanta siguió sin hablar con Mariano, este de verdad llegó a arrepentirse y sorprenderse de sí mismo por tanta estupidez, recapitulando, de no haber sido por todos los “caprichos” y “berrinches” de Isabel, nunca habría perdido la cabeza de ese modo.
Ahora la gran incógnita era, ¿en donde estaba esa inconsciente alborotadora?
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En la casa de John, en el gran jardín, con la brisa sutil y el sol en la cara, Isabel sonreía al sentir una paz qué no había experimentado prácticamente desde que tenía memoria, John que la veía desde una mesa a la distancia mientras trabajaba, sonrió sutilmente también, al sentir como un gran peso de su espalda se relajaba y el más grande nudo en su corazón se iba deshaciendo.
Los Ruiz como ya esperaba, sin Isabel eran un desastre, aparentemente eran fuertes e independientes, no obstante, la misma Isabel sin darse cuenta, se convirtió en gran parte de su soporte. Era satisfactorio ver como la madre sobreprotectora