Las luces de la mansión iluminaban tenuemente la sala cuando Eiríkr, de pie junto a los ventanales, encendió un habano que apenas alcanzó a probar. La verdad es que no necesita la nicotina, lo que realmente le quemaba era la ansiedad que lo estaba devorando por dentro. La invitación de papel oscuro reposaba sobre la mesa de madera de cedro, con el sello dorado del gobernador y las letras mayúsculas que no dejaban espacio a la duda “Eirikr Jackson”, invitado especial.
Everly apareció descalza, con el cabello aún húmedo tras la ducha, vestida con una camiseta amplia que le pertenecía a él. Llevaba a Deneb en brazos, pues luego de jugar en la bañera había caído rendida tras haber pasado la tarde jugando en el jardín. Sus pasos eran suaves, pero Eiríkr la sintió antes de que se acercara; era como si la presencia de ella se le marcara en la piel.
—Hola —saludó ella al entrar.
Eiríkr le regala una sonrisa que apenas le llega a los ojos.
—¿Qué sucede? —pregunta Everly, percibiendo el ges