꧁ ISABEL ꧂
La puerta se abrió y la claridad de la sala me golpeó suave: pisos de madera, una alfombra discreta, un sofá que prometía no hundirse, una cocina pequeña pero funcional con azulejos blancos y una ventana que daba a una calle arbolada donde el rumor de la ciudad llegaba en un susurro constante. No era una casa lujosa —ni yo la quería así—; era un lugar con sentido, un refugio posible. Dos habitaciones, dos baños; suficiente para un comienzo. Sentí que algo dentro de mí se aflojaba y, al mismo tiempo, que surgía un vacío extraño que no quería reconocer todavía.
—Mira —dijo Hugo, llevándome en un tour con la voz pausada, casi paternal—. Aquí puedes descansar. Esta habitación será la tuya; la otra la preparamos para la nena. Mira el armario, hay espacio. Y esto —señaló la cocina— tiene suficiente luz para que puedas preparar algo sencillo. Pensamos en un cambiador aquí, junto a la ventana. Te imaginé una cuna blanca, con mantitas rosa.
Me pasé la mano por la barriga, como compr