꧁ ALEJANDRO꧂

Llegué a Madrid cerca del mediodía. No di tiempo al cansancio: tomé el camino directo a la oficina y, antes de la una de la tarde, ya estaba sentado en la sala de juntas, con la corbata apretada y la pantalla de la videoconferencia proyectando rostros tensos. El aire olía a café y a papel de planos.

Los alemanes se habían conectado a la videoconferencia hacía mdia hora. Sus voces resonaban firmes y cortantes: amenazaban con retirar el capital del proyecto Aureum Towers por la subida repentina de los costos. No podía darme el lujo de perderlos. Si se rompía ese nudo, la caída sería en cadena: subcontratistas, proveedores, reputación. Un desastre que, como ya sospechaba, no admitiría medias tintas.

Cuando llegó mi turno de hablar, expliqué el panorama, mostré las cifras y dejé que la sala respirara la frialdad del problema. Los inversionistas querían soluciones y exigían nombres: un responsable, un plan. Yo era ese responsable.

—Necesitamos un reajuste de costos claro y un