Ojalá pudiera decir que abrí los ojos cuando el sol apareció en el horizonte, pero la verdad es que ni siquiera dormí un segundo. No hubo consuelo en la oscuridad de mi habitación, ni refugio en el calor de las sábanas que apenas me cubrían. Las palabras de Alejandro retumbaban en mi cabeza una y otra vez, con una claridad aterradora, como un eco que no me dejaba escapar.
"Si no haces lo que yo quiero, Carlos va a lastimar a tu madre. Y, por supuesto, el tratamiento no lo pagaré hasta que me asegure que dentro de tu vientre crezca mi hijo."
Cada una de esas frases se clavaba como agujas en mi mente, recorriendo mi cuerpo entero. El peso de la amenaza era tal que me resultaba casi insoportable, y lo peor era que no tenía salida. No podía hacer nada. Estaba atrapada en su juego, y él lo sabía.
Mi madre. Pensé en ella una y otra vez. En su rostro pálido, en su cuerpo débil por la enfermedad, en la forma en que sus manos temblaban. El lupus la había reducido a casi nada. Y ahora, por culp