Leonard
Después de aquel baile bajo la luz de la luna, la tomé de la mano y entramos a la habitación. El ambiente era acogedor, cálido… como si nos invitara a olvidarnos del mundo y solo existir el uno para el otro. Comenzamos a desnudarnos lentamente. No podía apartar mis ojos de ella. Deseaba hacerle el amor sin descanso, aunque sabía que no podíamos exigirle tanto a su cuerpo, especialmente en su estado. Pero el deseo me ardía en la piel. No podía resistirme más.
—Analisse, muero por hacerte cosas — declare haciendo un guiño.
—¿Entonces qué esperas? —susurró con timidez, mordiéndose el labio inferior.
Me acerqué a ella, sin dejar de mirarla, y empecé a besar con suavidad su hombro desnudo, sintiendo el calor que irradiaba su piel. Mis labios descendieron hasta sus pechos hinchados, que me volvían loco con solo rozarlos. Ella, con rapidez, deslizó sus manos por mi cuello y me quitó la pajarita. Luego, con torpeza dulce, desabotonó mi camisa hasta dejar mi torso al descubierto. Pront