Leonard
Finalmente habíamos llegado. La embarcación quedó anclada mientras los turistas bajaban emocionados, listos para explorar aquel lugar de ensueño. La isla llamada Aurora, un paraíso escondido con un enorme río cristalino que la atravesaba como si fuera una joya líquida. La gente venía aquí para nadar, surfear o simplemente admirar la belleza natural del entorno. Podías ver hasta el fondo del agua con total claridad. Por suerte, no había tiburones, si no, estoy seguro de que nadie se atrevería a lanzarse. Pero lo que sí abundaba eran ballenas, focas y otras criaturas marinas hermosas que parecían sacadas de un documental.
—¿Te gusta este lugar, Analisse? —le pregunté, observando su rostro fascinado.
—Es un lugar tremendo… no lo puedo creer —dijo, con los ojos bien abiertos—. Desde el barco se veía tan pequeño, pero ahora… es inmenso. Y hay de todo aquí.
—¿Sabías que aquí la gente casi no duerme? —le dije con una sonrisa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque aquí casi no anochece. A las onc