Diana
Observé al chico por última vez antes de terminar de pagarle.
—Hiciste muy bien tu trabajo —le dije, y él sonrió con satisfacción.
Pero antes de que pudiera marcharse, se acercó un poco más, demasiado confiado.
—¿No cree usted que me ha dado muy poco?
—¿Todavía no te conformas con ese billete? —pregunté, con una sonrisa contenida.
—No, señorita. Hice lo que usted me pidió, y tuve mucho cuidado en no entregarlo demasiado rápido —insistió.
Solté un suspiro, saqué otro billete del bolso y se lo extendí.
—Toma. Pero cuidadito, ya sabes. Tú no sabes absolutamente nada. Yo solo pasaba por ahí, fue una casualidad, ¿entendido? Nadie debe saber que tú me informaste de todo esto y que me le echaste drogas a la bebida.
Él asintió nervioso, guardándose el dinero.
—Está bien, señorita. Yo... yo no la conozco. Hasta luego.
Lo vi alejarse mientras me subía al coche, comencé a conducir, observando cómo la carretera se extendía luminosa frente a mí. Solté una risa triunfante.
Lo logré.
Ahora mi