Leonard
Abrí los ojos lentamente, sintiendo una pesadez abrumadora en la cabeza. Todo me daba vueltas, como si me hubiera bebido cinco botellas de vodka... aunque, en realidad, solo fueron dos. El techo que veía no era el de mi habitación. Confundido, giré el rostro y la sorpresa me hizo incorporarme de golpe. Estaba desnudo. Y no estaba solo.
—¡Maldición… Diana! —grité al reconocer a la mujer tendida a mi lado.
Ella hizo un pequeño sonido y abrió los ojos lentamente, como si también despertara de una pesada borrachera.
—Dios mío… ¿qué pasó? —murmuró.
—¿Diana, qué pasó aquí? —pregunté con desesperación—. No recuerdo nada.
—Me pediste que te trajera a mi penthouse, Leonard. Estás confundido —respondió con voz ronca.
—Estás equivocada. ¡Yo te pedí que me llevaras a mi casa!
—No, no fue así. Me dijiste que querías seguir tomando. Yo te advertí que era tarde, pero insististe. Y… bueno, terminamos aquí.
—¡No puede ser! ¿Tuvimos relaciones?
—Estamos desnudos —dijo, mirándome con una mirada