Leonard.
Cuando la supuesta cena de boda finalmente terminó, nos dirigíamos a mi mansión. El dolor de la bala que había rozado mi hombro seguía presente, punzante, constante. Lo único que deseaba era llegar a casa, recostarme y dormir unas horas en silencio.
Volteé la mirada hacia Analisse. Estaba sentada a mi lado, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, completamente rendida por el cansancio. No sé por qué, pero sentí el impulso de acercarla a mí. Apoyé suavemente su cabeza sobre mi hombro. Me quejé un poco; el dolor en el brazo me lo recordó, pero resistí.
No entendía qué me pasaba. De repente, una sensación de pesar se apoderó de mí. ¿Será que la estoy utilizando? ¿Será que ella no merece esto? Me debatí unos segundos entre mi frialdad habitual y una compasión que no me pertenece. Me dije que al menos tendría su recompensa, pero al pensarlo bien, ¿por qué debería importarme? Todas las mujeres son iguales. Ninguna es distinta, ninguna es digna. Todas fingen, todas buscan lo m