CAPÍTULO 4

Anatoly

—No mates al mensajero, hermano.

Damas entra sin llamar, como siempre, y cierra la puerta de mi despacho con el talón. La carpeta que trae en la mano parece pesar más que él.

—Habla —ordeno sin apartar la vista de la Strip, cuarenta y dos pisos más abajo.

—Los abogados acaban de confirmar la fecha. Seis meses. Ni un día más. O te casas y demuestras que estás en camino de tener un heredero legítimo… o el Hospitium se liquida y se dona a obras benéficas. Todo. Hasta el último cubierto de plata.

El silencio que sigue es tan denso que casi se puede cortar.

Me giro lentamente.

—¿Seis meses?

Damas asiente. Por una vez, no hay sonrisa cínica en su cara.

—Papá y mamá fueron muy claros: sin sangre Ovechkin de verdad, este lugar deja de ser nuestro. Y los muy hijos de puta pusieron cláusulas de respaldo hasta para las cláusulas de respaldo.

Aprieto los dientes hasta que me duele la mandíbula.

—Pensé que podría ignorarlos eternamente.

—Pues ya no. —Deja caer la carpeta sobre mi escritorio con un golpe seco—. Lee la página siete. Te va a encantar.

Abro la carpeta. Las palabras bailan delante de mis ojos.

«…en ausencia de descendencia legítima dentro del plazo estipulado, el fideicomiso procederá a la disolución inmediata del activo principal…»

Cierro la carpeta de golpe.

—Esto es una puta broma medieval.

—Ojalá. —Damas se sienta en el borde del escritorio, cruza los brazos—. Bienvenido al siglo XXI versión Ovechkin: o te follas a alguien y la dejas embarazada dentro del matrimonio… o nos quedamos en la calle mirando cómo otro idiota pone su nombre donde pone el nuestro desde hace tres generaciones.

Me sirvo un vodka del decantador. Puro, sin hielo. Lo necesito.

—¿Gestación subrogada? —pregunto aunque ya sé la respuesta.

—Legalmente válido —dice Damas—, pero la cláusula exige «matrimonio de buena fe». Una madre de alquiler firma papeles, no anillos. Los abogados lo rechazarían en dos segundos.

Bebo de un trago. El alcohol quema, pero no suficiente.

—¿Y si pago a una mujer para que se case conmigo, se quede embarazada y luego nos divorciamos cuando nazca el niño?

Damas suelta una risa seca.

—Estás describiendo el sueño húmedo de la mitad de Las Vegas, hermano. El problema es que tú no confías en nadie lo suficiente como para meterla en tu cama y en tu testamento al mismo tiempo.

Tiene razón y lo odio.

He tenido mujeres. Muchas. Hermosas, inteligentes, ambiciosas. Ninguna ha durado más de unas semanas. Ninguna ha visto jamás este despacho. Ninguna ha sabido mi verdadero apellido antes de la tercera copa.

—¿Catarina? —pregunta Damas alzando una ceja.

—Catarina se operó para no poder tener hijos —respondo cortante—. Palabras textuales: «Mi cuerpo es un templo, no una fábrica».

Damas silba bajito.

—Entonces… ¿citas rápidas para millonarios rusos con fobia al compromiso?

Lo fulmino con la mirada.

—Se me ocurrirá algo.

—¿En seis meses? —Se levanta—. Mira, yo puedo comprarte tiempo con los Smirnov, con los chinos, con quien haga falta. Pero con los muertos no se negocia, Anatoly. Y papá y mamá están bien muertos y bien cabreados.

Se dirige a la puerta.

—Seis meses —repite antes de salir—. Tic-tac.

La puerta se cierra. El silencio vuelve a aplastarme.

Me acerco a la ventana otra vez. La ciudad brilla como si se burlara de mí.

Seis putos meses para encontrar una esposa que no me robe, que no me traicione, que no me odie cuando descubra que todo empezó como un contrato… y que además quiera tener un hijo mío.

Imposible.

Y entonces, sin querer, mi mente la trae a mí.

Tracy.

La chica del vestíbulo. Curvas que hacen que mis manos duelan de ganas de tocarlas. Ojos que me desafían cada vez que paso cerca. La misma que ayer casi mata a un baboso en el ascensor… y a la que yo casi mato por tocarla.

La recuerdo temblando después, con la marca de la bofetada todavía roja en la palma.

La recuerdo diciendo «es el aire acondicionado» con esa voz que tiembla solo un poco.

La recuerdo mirándome como si yo fuera el peligro y la salvación al mismo tiempo.

No.

No pienso en ella. No así.

Pero mi cuerpo ya ha decidido por mí.

Porque de todas las mujeres que han pasado por mi cama, ella es la única que me ha hecho querer protegerla antes siquiera de follarla.

Y ahora resulta que necesito exactamente eso: una mujer a la que proteger… y embarazar.

El destino es un hijo de puta con muy mal gusto para las bromas.

Mi teléfono vibra. Un mensaje de seguridad:

«Ivan Smirnov está subiendo. Y trae a un chico que parece que se va a mear encima. Dice que es el hermano de una empleada. Tracy Miller».

Cierro los ojos un segundo.

Claro.

Porque hoy todavía podía ser peor.

Sonrío sin humor.

Parece que el destino acaba de servirme la solución en bandeja de plata.

Y que Dios me ayude, pero voy a aceptarla.

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