CAPÍTULO 38

John se marchó, y Severiana se acercó despacio.

—Señorita, por lo menos use una habitación de huéspedes. No se quede aquí como un vigilante. Yo le dije que el señor se molestaría —le lanzó en tono de reproche.

Carolina apretó los puños.

—Antes no le habría molestado. Antes no me habría tratado así —refutó con firmeza.

—Ya le dije, han pasado tres años, señorita —replicó Severiana con calma—. Y usted no fue la única que sufrió durante ese tiempo.

Carolina guardó silencio. Luego levantó la barbilla, decidida.

—Creo que sí dormiré un poco —dijo con voz terca, cambiando de tema, dejando claro con esa acción que no le importaba la opinión de la anciana.

El pasillo estaba en penumbra cuando subió las escaleras.

El eco de sus pasos la guió hasta el ala principal, donde una puerta entreabierta llamó su atención.

La habitación de Paula.

Carolina se detuvo frente a ella. Dudó.

El aroma suave del perfume aún flotaba en el aire, mezclado con el de las flores secas del
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