El murmullo del café privado estaba casi apagado a esa hora. Carolina removía el té en su taza sin probarlo, con la mirada perdida en el líquido que giraba una y otra vez. Frente a ella, Carla la observaba con los brazos cruzados, esa expresión suya de amiga impaciente que siempre la sacaba de sus silencios.

—Carolina, llevas diez minutos sin decir una sola palabra —dijo Carla con un suspiro—. Te conozco demasiado bien: algo te pasa, y no me digas que no.

Carolina alzó los ojos, tensos, como si hubiera estado luchando contra sí misma. Se mordió el labio antes de hablar.

—Hyden me dijo que ya firmó el divorcio. Que está todo resuelto con Paula.

Carla arqueó una ceja, sorprendida. —¿Y eso no es lo que siempre quisiste? Por fin libre, por fin tuyo. —Comenta con algo de inconformidad en su voz.

—Sí, pero… —Carolina dejó la taza a un lado, sus dedos nerviosos rozaban el mantel—. Aunque ya no estén unidos legalmente, Paula sigue estando. No ha sacado aún sus cosas de la casa, no