La llanta del auto crujió contra la gravilla cuando Paula estacionó frente al edificio de Sandra. Andrés insistió en acompañarla hasta la puerta, pese a que ella le asegurara que podía sola.
—No discutas conmigo, Paula. —Su voz sonaba firme, sin admitir réplica—. Déjame al menos asegurarme de que llegues bien.
Esa actitud tan insistente la hacía sentir bien, debía admitirlo, pues Hyden nunca mostró esa preocupación por ella, pero también la incomodaba. Algo en su interior le decía que no debía dejar que el vínculo abogado-cliente se rompiera.
Sandra abrió la puerta segundos después de que tocaran el timbre. El gesto alegre con el que solía recibirla se borró al ver la costra de sangre en la frente de su amiga.
—¡Por Dios, Paula! —corrió hacia ella, sujetándola del brazo—. ¿Qué te pasó? ¿Y ese golpe?
—Nada grave —respondió Paula con cansancio, tratando de quitarle importancia.
Pero Sandra se llevó la mano a la boca, alarmada. —¿Y el bebé? ¿Paula, estás segura de que no le