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Usado y desechado pero feliz

Maelik se detuvo intrigado. Anbos permanecieron en silencio, roto solo por el retumbar lejano de la música de la discoteca. Sus ojos verdes brillan con una intensidad peligrosa, y de pronto, en lugar de furia, apareció una sonrisa maliciosa en sus labios. Estaba al borde del abismo por el deseo y el alcohol en su cabeza. Definitivamente no recordará nada al siguiente dia.

—Tienes agallas, jovencito… —susurró, ladeando la cabeza. La mirada se detuvo en el lunar que Raven tenía en el cuello—. Ese lunar… me enloquece.

—¿Vas a seguir mirando mi lunar o vas a seguir en donde estabamos? Úsame a tu antojo o me largo ahora mismo.

—Toda una fiera. Me gusta—le dice admirando el color gris de su mirada.

En vez de morder, Maelik bajó la cabeza y pasó su lengua con lentitud por aquella marca natural, arrancando un estremecimiento involuntario de Raven. El alfa rió bajo, complacido, y sin más preámbulo, rompió su camisa, los botones salieron volando, quitó su cinturón con destreza y bajó sus pantalones, lo puso contra la pared, mientras se desnudaba a medias así mismo y lo penetró, hundiéndose en él con fuerza.

—¡Ack!

Raven ahogó un grito, apretando los puños contra la pared. El dolor lo partió en dos, y la sensación de tenerlo dentro era demasiado. Lo desgarró un poco.

—Deja salir tus feromonas… —susurró Maelik contra su oído, con la respiración entrecortada—. Será más fácil, créeme. No siento que estés lubricando.

Raven volteó apenas el rostro, los labios temblando, y confesó con voz ronca:

—Soy beta, maldita sea… no tengo.

El mundo pareció detenerse. Los ojos de Maelik se abrieron con sorpresa, y un insulto escapó de su boca.

—Maldición… —rugió con frustración—. La primera vez que me acuesto con alguien que no es un omega… y encima un beta… ¡en un callejón de mala muerte!

Pero no se detuvo. Al contrario, el alfa escupió en su mano, sacó su miembro de un tirón por completo, humedeció la punta y el resto, luego volvió a hundirse y aumentó la presión de sus embestidas, mientras el sudor resbala por su frente. Sus labios volvieron a recorrer el cuello de Raven, chupando, lamiendo, dejando chupetones que no eran mordidas de posesión, sino huellas de deseo.

—Tienes un lindo trasero y me traga por completo. Es increíble—le dice terminando de arrancar la camisa de Raven.

—Cállate, imbécil y termina.

Raven, medio alcoholizado, apenas podía sostenerse. Su respiración se entrecortaba y las lágrimas se acumulaban en sus pestañas por el dolor de aquel primer encuentro. El tamaño de Maelik lo estaba desgarrando, y sin embargo, algo en lo profundo lo mantenía allí, firme, negándose a huir.

—Puedo llegar un poco más lejos si me lo pides. ¿Cómo te llamas?

—Raven...ahh...si...ve más lento.

El alfa bajó una mano y lo obligó a girar el rostro. Lo besó con fiereza, un beso innecesario, desesperado, como si buscara arrancarle la resistencia a la fuerza. Raven respondió con torpeza, sin experiencia, y aquella inocencia desató en Maelik un hambre aún mayor.

—Puedo sentir como tu agujero me succiona.

—Eres… mi primera vez. Siento que ya me desgarré. M****a, me gusta lo que me hace sentir. —murmuró Raven entre jadeos, apenas consciente de lo que decía.

Maelik se detuvo un instante, apoyando su frente contra la de él, respirando con dificultad. En sus ojos verdes brilló un destello extraño, mezcla de furia y fascinación.

—Entonces recuerda esto, Raven…no volverá a repetirse si no lo quiero —susurró con voz ronca, antes de hundirse en él otra vez—. Disfruta y recíbeme por completo.

El calor era insoportable. Maelik, sin entender por qué, de pronto sintió cómo su cuerpo reaccionaba de manera instintiva: lo estaba anudando.

—¿Qué demonios…? —gruñó entre jadeos, apretando el cuerpo de Raven contra sí.

Raven, aturdido por el alcohol y la intensidad de la unión, apenas comprendía lo que sucedía.

—¡¿Qué mierdas crees que haces?! ¡ Detente ahora mismo!

El alfa, en medio de su furia y deseo, deslizó la mano por su costado, y allí lo vio: una marca de nacimiento, un pequeño candil rosa grabado en la piel en sus costillas. Por alguna razón, esa mancha lo obsesionó en el acto.

—¡Carajos! ¡Perdón, perdón! ¡No se qué me pasa! ¡Solo un poco más!

Maelik lo devoró con más hambre, perdido en un deseo que no podía controlar. Y, sin embargo, una frustración lo consumía: no había olor a feromonas, ningún aroma excitante que lo guiara, solo el olor corporal limpio y extraño de un beta. No le incomodaba… pero lo descolocaba.

—¡Voy a morir! ¡Duele como el demonio! ¡Sácalo hijo de puta!—le gritaba mientras mordía su mano.

—No te hagas daño, muérdeme a mí—Maelik le pone su palma en la boca y Raven la muerde libremente para disipar el dolor, siente como su agujero de ensanchó algunos centímetros más. Sus lágrimas resbalaban a cántaros de sus ojos.

—¡Eres un maldito!

—Maldito seas también… —bufó contra su oído, acelerando el ritmo hasta perderse por completo en la sensación— ¡me vengo!

—¡Yo igual! ¡Mmm!

Finalmente, con un gemido ronco, terminó fuera de él, consciente incluso en su borrachera de que no quería lidiar con un hijo bastardo ni con un escándalo.

Raven cayó de rodillas, agotado, con la respiración entrecortada. Su propio clímax lo alcanzó en ese mismo instante, derramándose en el suelo húmedo del callejón.

El silencio se extendió unos segundos, roto solo por el jadeo de ambos. Maelik, sudoroso, se pasó una mano por el rostro y maldijo de nuevo. La camisa de Raven estaba rota en el suelo junto a su colbata, y su estado era tan desastroso que volver a la fiesta era impensable.

—No puedes volver así —dijo Maelik con sequedad mientras se vestía. Salió del callejón hasta la calle y alzó la mano para llamar un taxi. Cuando el vehículo flotante llegó, Maelik prácticamente lo arrastró hasta el asiento trasero—. Escucha, beta… espero que no abras la boca de lo que pasó esta noche en la empresa—le dice pagando la tarifa y dándole un manojo de billetes en su bolsillo.

Raven lo miró con sus ojos grises, cansados, medio cerrados.

Maelik se inclinó, sosteniéndolo por el mentón, y añadió con voz grave:

—Pero… si algún día necesitas un favor… si llego a cruzarte de nuevo… soy todo oídos. Lo cumpliré. Te lo juro.

Raven lo miró por última vez antes de cerrar la puerta.

—¿A dónde lo llevo señor? Ese hombre pagó por usted la tarifa más cara.

—El Bronx. Avenida Gerome. Edificio de apartamentos Los corales.

El hombre asistió y se puso en marcha.

Por suerte, al llegar, la casa estaba en silencio. Su padre y su hermano dormían. Raven entró de puntillas, directo a su habitación. El espejo le devolvió la imagen de un cuerpo marcado, la ropa destrozada y la piel sudorosa.

—¿Donde diablos está mi colbata? Supongo que tendré que comprar otra igual. M****a era mi favorita.

Se desnudó con rapidez y se metió bajo la ducha. El agua caliente ardió sobre su piel sensible, arrancando un gemido bajo de dolor y alivio. Después, tomó un par de calmantes del botiquín familiar y, con la cabeza mareada, se dejó caer en la cama.

Antes de apagar la luz, tomó el comunicador digital y envió un mensaje a la recepcionista.

“Entraré más tarde mañana. Me fui de la fiesta porque bebí de más.”

No podía dar otra explicación. No quería pensar. Sabe que puede tener hasta seis días libres al mes.

Se arropó hasta los hombros y cerró los ojos, jurándose que aquella noche quedaría enterrada para siempre.

No sabía aún que, en realidad, acababa de abrir la puerta a un destino imposible de evitar.

La mañana siguiente se despertó tarde. Se dio otra ducha como pudo y tomó más medicamento. Su hermano y su padre ya se habían ido a sus respectivos trabajos dejándole una ración de panqueques y chocolate con leche.

—Esto sabe delicioso. Quien me manda a beber tanto y encima a follarme a mi jefe en plena fiesta de bienvenida. ¿Acaso soy un maldito pervertido? ¡No lo puedo creer! ¿Y si me recuerda y quiere una relación formal conmigo? No sé qué pensar. Solo se que me siento feliz. Me siento bien y mal al mismo tiempo. Mi amor platónico detonó con mi agujero y hasta deseó marcarme. Es de locos. Nadie debe saberlo o tendré problemas.

En ese momento su mejor amigo le hizo una llamada. Le dijo que entraba en la tarde a su trabajo, así que Raven le dijo que se fueran juntos en el metro.

El frío de Nueva York calaba hasta los huesos la tarde siguiente. Las luces de la ciudad parecían no apagarse nunca, y entre el ruido constante de los autos y el bullicio de la gente, Raven Lockridge, luego de salir del metro, caminaba con la mirada perdida, como si cada paso lo arrastrara a un destino que no deseaba. Tenía 27 años y el peso de ser un beta en una ciudad gobernada por jerarquías invisibles pero brutales.

Raven siempre se había considerado un hombre racional, práctico y discreto. Pero desde que Maelik, un alfa que desprendía peligro y poder en cada movimiento, había cruzado su camino, todo lo que creía estable comenzó a tambalearse.

—Raven, ¿estás bien? —la voz de Xion Frankfurt lo sacó de su ensoñación.

Su mejor amigo de la universidad, también beta, de 25 años, se le unió en la caminata. Xion era su cable a tierra, la única persona capaz de arrancarle una sonrisa en medio de la tormenta.

—Estoy bien… —mintió Raven, aunque la tensión en su mandíbula lo delataba—la fiesta de ayer estuvo de puta madre.

Xion lo miró con seriedad.

—Sabes que no me engañas. ¿Tiene que ver con Maelik, verdad? Noto que estás caminando medio encorvado.

El nombre bastó para que el corazón de Raven diera un vuelco. Maelik no era un simple alfa, era alguien con demasiado poder en la ciudad, alguien que no estaba acostumbrado a escuchar un “no” por respuesta. Desde que se cruzaron, había dejado claro que Raven le perteneció por unos minutos, aunque este se resistió al principio y sucumbió a su debilidad.

—No puedo hablar de eso aquí —murmuró Raven, bajando la voz, mientras la multitud de Nueva York lo envolvía como un mar implacable.

Xion apretó los labios, preocupado. Sabía que su amigo estaba atrapado en algo más grande de lo que podía manejar. Y lo peor era que presentía que Maelik no se detendría hasta obtener lo que quería. Tenia fama de hacer lo que le da la gana cuando le daba la gana.

—Bueno, ya llegaste. Hoy es tu segundo día. Ya que no viniste en la mañana tendrás que irte más tarde hasta cumplir tus horas de trabajo. Ya me voy a mi trabajo. Espero que me invites unas cervezas para contarme después.

Raven levantó la vista hacia los rascacielos, intentando convencerse de que aún tenía control sobre su vida. Pero en el fondo lo sabía: aquella historia apenas comenzaba y la intriga que lo rodeaba era una sombra que lo seguiría hasta el final.

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