La noche había terminado en un estallido de risas, brindis y celebración. Las antorchas aún humeaban afuera, el eco de los tambores y los pasos de la danza tribal se extinguían como un sueño cálido. Pero dentro de la casa que compartían, la quietud reinaba. Apenas el crepitar de la leña en el hogar rompía el silencio. Dorian cerró la puerta tras ellos con un suspiro profundo, como si el peso de la noche se le deslizara por la espalda. Somali ya se había descalzado y sus pies se deslizaron con gracia sobre la madera mientras se soltaba lentamente el cabello.—Fue una noche larga —murmuró ella, recogiendo una manta caída del respaldo del sofá—. Todos parecían felices.—Están orgullosos de ti —respondió Dorian, acercándose por detrás, sin tocarla todavía—. No solo por ser su Luna, sino porque sienten que por fin alguien los ve. Tú los ves. Y eso les devuelve esperanza.Somali sonrió apenas, sin girarse del todo.—Pero... ¿no me verán como alguien que no pertenece aquí? Digo, yo no crecí
La primera luz del día entró en la habitación como un suspiro tibio, filtrándose entre las cortinas con una delicadeza casi celestial. El mundo afuera parecía detenido. Ni siquiera los pájaros habían empezado a cantar todavía. Somali abrió los ojos lentamente, envuelta en el calor del cuerpo de Dorian, enredada en las sábanas y en sus brazos. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero sentía el cuerpo blando, ligero, como si aún flotara en las aguas dulces del sueño.Él aún dormía. Estaba boca arriba, el pecho descubierto, respirando con suavidad. Una de sus manos seguía descansando sobre la cintura de ella, como si incluso en sueños necesitara saber que estaba allí. Somali lo miró largo rato, sin moverse, memorizando cada línea de su rostro sereno. En ese instante, con el sol asomando apenas sobre el horizonte, Dorian parecía más joven, más vulnerable. No el líder fuerte, el lobo feroz, el guerrero. Solo un hombre. Su hombre.Se acercó lentamente, apoyando el mentón sobre su pecho, y
—Freya —articuló de nuevo Somali—. Si tienes algo que decir, dilo. No tengas miedo, ni vergüenza. Puedes hablarme con confianza.—No siento temor —declaró Freya—. Pero la respeto, porque respeto al Alfa.—Sí, lo entiendo. Pero cualquier molestia o inquietud que tengas, puedes decírmelo de frente.Freya se quedó callada por un instante, para luego tomarle la palabra.—Usted estuvo fuera del Clan durante años, así que, no conoce nuestras costumbres, nuestras heridas, ni las decisiones que tuvimos que tomar durante su ausencia —hablaba sin alzar la voz, pero cada palabra tenía filo—. Y, de pronto, regresó para tomar su lugar de Luna. La pareja del Alfa. Quizás los demás lo aceptaron sin rechistar porque adoran al Alfa y saben que él daría... la vida por usted, pero yo la conocí cuando aún nadie sabía de su verdadera posición, y usted se ha comportado muy mal con el Alfa.Somali asintió lentamente, aceptando la perspectiba de Freya.—Tienes razón —replicó—. Y lo siento por eso...—No debe
—No digas, eso —articuló Somali—. No le restes importancia a tus sentimientos. —A decir verdad, no entiendo por qué me pregunta tal cosa, Luna... —Es que... tener que reprimir algo que sientes... esconderlo como si no tuviera derecho a existir... me parece muy injusto —manifestó. Freya no respondió enseguida. Mantuvo la cabeza gacha, con los ojos fijos en un punto del suelo como si buscaran refugio en lo inerte. —Las cosas que no tienen sentido... no merecen espacio. —No me pareces alguien que siente cosas sin sentido —respondió Somali con suavidad—. Me pareces fuerte, y valiente. Pero también humana. Loba, sí, pero con corazón. No deberías tener que cargar sola con lo que sientes. Freya se irguió de inmediato. Su rostro, sereno, ya no era triste. Era frío. —Le agradezco su preocupación, pero, con todo respeto, prefiero no hablar de eso. Hay cosas que no me corresponde discutir. No tienen importancia. —Tú tienes importancia —insistió Somali, dando un paso más cerca—. Esto no
Fue en la tercera semana de vigilancia cuando Somali cambió de estrategia. La vigilancia lejana, los silencios, los seguimientos a distancia ya no bastaban. Ronan no mostraba fisuras. Si había un defecto en su fachada, estaba bien escondido detrás de la cortesía, de esa compostura inquebrantable que desesperaba a cualquiera que intentara mirar más allá.Así que decidió cambiar el ángulo. Acercarse no como una compañera o Luna del Clan, ni como una loba agradecida. Sino como alguien que buscaba conexión. Como alguien rota. Vulnerable. Perdida.El primer gesto fue simple: se sentó cerca de él en el claro donde compartían los restos de una cacería. Algunos miembros del Clan aún estaban devorando trozos de carne recién cocida en la hoguera improvisada, mientras otros se alejaban en parejas o grupos reducidos, siguiendo sus propios asuntos.Somali se quedó. Ronan también. Fingió que era casual, que solo estaba descansando. Dejó que su presencia invadiera su espacio, sin forzar palabras. Ro
La frase cayó como una piedra en medio del silencio.Antes de que Somali pudiera responder, él ya se había apartado y había seguido su camino. Tranquilo. Sin prisa. Como si la conversación nunca hubiera ocurrido.Esa noche, Somali no pudo dormir. Ella había buscado grietas, pero ahora no estaba segura de si Ronan tenía alguna… o si había estado cavando las suyas propias con cada visita, con cada mirada, con cada pregunta mal disimulada.Y lo peor era que… empezaba a sospechar que Ronan lo sabía desde el principio.*****Desde la primera vez, no había vuelto a ocurrir.La loba se había manifestado. Había rasgado su piel con violencia, con fuerza primitiva, con ese dolor que no se olvida ni con el paso de las lunas. Pero después de aquella noche, después de aquella única transformación, el cuerpo de Somali había vuelto al silencio. A ese estado intermedio donde sentía la loba respirando bajo su piel, pero sin poder invocarla a voluntad. No importaba cuánto lo intentara: la transformació
Saphira no retrocedió más. Aun cuando el suelo bajo sus pies tembló con la manifestación repentina de la loba, se mantuvo firme, con la mirada incrustada en el cuerpo que ya no era humano.Había visto transformaciones antes. Muchas. Había guiado iniciaciones, sanado cuerpos rasgados por la primera mutación, susurrado oraciones a los espíritus mientras los huesos se rompían para acomodar la forma animal. Esto sucedía en el caso de que los licántropos no pudieran tomar su forma de lobos por sí solos al no lograr tener una conexión con su lobo interno desde pequeños, pero no era algo muy usual.Pero esto…Esto no era una transformación. Era un parto salvaje. Una expulsión sin consentimiento.Somali no había llamado a la loba. La loba se había abierto paso a zarpazos.Saphira apretó los labios, midiendo su respiración. Observó el lomo tembloroso de la criatura, y su pelaje espeso y erizado como si cada pelo fuera una lanza. El pecho subía y bajaba rápido, furioso. Los ojos —no los de Soma
Se acercó más, siempre con movimientos lentos, respetuosos, y sus ojos brillaban con un suave resplandor dorado mientras miraba a Somali. A pesar de la furia que la envolvía, a pesar de la locura en su mirada, Dorian estaba allí, completamente inmóvil, esperando que la loba lo reconociera.—Somali... —la llamó por enlace mental.Avanzó hacia Somali con una lentitud calculada, cada paso era medido para no provocarla. Sabía que cualquier error podía costarle caro. Una sola herida infligida por ella sería grave; su cuerpo tardaría en sanar, y más que eso, sabía que Somali, en su estado, era la única criatura que realmente podía matarlo. No había margen para la arrogancia. Solo para la paciencia.Somali, en su forma de loba, mantenía el cuerpo rígido, los colmillos expuestos, y las garras clavando la tierra. Toda ella vibraba con la necesidad de atacar. Sin embargo, mientras Dorian se acercaba, ella no se lanzó.Había algo en él que la retenía.Somali, atrapada en su inconsciencia salvaje