Aunque habían pasado tres días, María estaba desquiciada, consumida por el odio y la rabia.
La imagen de Mikhail sonriendo y celebrando el embarazo de Anna seguía rondando su mente, como un eco incesante que la atormentaba.
«Si no puedo tener un hijo sano y feliz, entonces nadie lo tendrá», pensaba con amargura, mientras su mente ideaba un plan cruel.
Decidida a vengarse, sabía que si quería destruir a Anna y a Mikhail, arrancarles a Lucas sería el golpe más devastador. No le importaba lo que tuviera que hacer para lograrlo. Había estado vigilando la casa de Mikhail, y había notado que Tatiana sacaba a Lucas a un parque cercano a jugar cada tarde.
Se estaba rompiendo la cabeza en qué hacer para lograr su objetivo, pero al ver a la niña que vivía en su casa, jugando cerca, con una sonrisa falsa, la llamó.
—Ven aquí, pequeña —le dijo, con un tono envenenado por una dulzura fingida—. ¿Te gustaría ir a jugar a un parque?
La pequeña inocente asintió.
—Ve a ese niño— le dijo María una v