246. MI HERMANA DILETTA
CELIA:
Me acerqué cautelosamente a la puerta, aún empuñando el jarrón, y la abrí de golpe. Allí estaba Nectáreo, sujetando a una Diletta empapada en sudor y con expresión furibunda.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirí, haciéndome a un lado para que mis hermanos entraran.
—¡Suéltame ya, hermano! —gruñó Diletta, con los ojos inyectados en sangre por la ira—. Estaba entrenando, por eso apagué el maldito teléfono.
—Te advertí que no apagaras ese aparato. Estamos en guerra y ustedes dos, con su sangre dorada, son un blanco prioritario —espetó Nectáreo, empujándola hacia el cuarto de baño—. Date una ducha y quédate aquí cuidando de Celia. No saldrás sin mi autorización, ¿entendido?
—¡Hermano, estás exagerando! —protestó Diletta, sudorosa y ataviada con ropa deportiva.
—¡Obedece, por todos los cielos! ¿No ves el estado de Celia? Se alarmó porque no respondías, y ella no está en condiciones de pasar por este estrés. Te quedas aquí —se disponía a salir, pero se giró con gesto amenazante—. Apostaré do