209. EL PLAN DE FABRIZIO
Corrí al encuentro de mi Celia, sujetando con cuidado el suero que pendía de su mano. Para mi asombro, Fabrizio se acercó, tomó su otra mano y, en un gesto inusual, la besó con reverencia.
—Perdóname por no haber aceptado tu negativa, cuñada —dijo mi hermano, con una emoción que rara vez dejaba entrever—. Pero como jefe de la familia Garibaldi, mi deber es velar por todos los nuestros, y ese pequeño que llevas en el vientre no vendrá a este mundo para ser sacrificado. Te doy mi palabra de Garibaldi, Celia, los mantendré seguros o moriré en el intento.
Fabrizio hizo una pausa, mirando fijamente a mi esposa. Estaba realmente impresionado de ver con el gran respeto que trataba a mi mujer para que no se ofendiera, y eso me devolvió la confianza en él mientras lo escuchaba seguir explicando todo a Celia.
—Porque, Celia, no hay en estos momentos un lugar en el mundo donde pueda esconderte sin que esa secta te encuentre. Esos tatuajes y lo que llevas en tu sangre te hacen rastreable, y lo m