La situación era ahora digna de una tragicomedia. La mirada de Celeste, que al verme llegar era de triunfo por haberse puesto mi vestido de novia antes que yo, se volvió en dos rayos fulminantes dirigidos a Roger al escucharlo y verlo correr a mi lado. Me quedé observando la escena, pensando cómo reaccionar; después de todo, ahora tenía la excusa perfecta para rechazar ese vestido y quedarme con el carísimo que había encargado, y que haría que Roger pagara.
—Sí, ese era mi vestido, amor —dije, poniendo una cara de tristeza y hasta logré derramar una falsa lágrima—. ¿Cómo pudiste dejar que hiciera eso y tú mirar mi vestido? ¿No sabes que es mala suerte que el novio vea el vestido de la novia antes del día de la boda? Roger, con los ojos anegados de culpa y desesperación, se apresuró a envolverme en sus brazos, buscando alguna manera de consolar el dolor ficticio que yo había pintado tan hábilmente en mi rostro. Su voz temblaba al hablar; cada palabra era un in