No sabía lo que intentaba hacer Alonso, pero lo dejé. Agustino lo miró y entrecerró los ojos. Estoy segura de que no quería que los Treviños se apoderaran de mí, es decir, del “Rubí”. Pero no le quedaba más opción si quería salvar la empresa.
—Eso sería muy bueno —dijo mi hermano Nectáreo—. Si la señorita Celia nos acompaña, puede que me decida a invertir mucho dinero aquí.La manera en que lo dijo y el modo en que sonrió me hicieron sentir que, una vez más, estaba siendo vendida por mi padre. Pero mi tranquilidad residía en saber que mi hermano quería hacerse pasar por algo que no era.—Sí, iré con ustedes —dije firme—. Si me ayudan a sacar la empresa de donde se encuentra, estaré feliz de acompañarlos a cenar.—Pues que no se diga m&aacu