CAPÍTULO 14. La furia de una mujer herida.
—¿Yo, por qué demonios debía buscarte? Te crees demasiado presumido— le costaba aceptar frente a él que lo hacía, y Orlando estaba más que claro que mentía.
—Mentir es malo, pero no vamos a discutir, ¿verdad, Irina?— A ella le pareció hermosa la manera en que se escuchó su nombre en los labios de Orlando, y si antes le hacía falta el aire, ahora ya no podía respirar. Para tranquilizarse, dijo:
—Más tarde quiero dar un paseo. ¿Sabes cómo ensillar a mi yegua?— Su voz sonaba cortante, aunque no podía negar que había olvidado parte de su enfado al estar discutiendo con el hombre que realmente quería tener debajo, o sobre ella. Pero le costaba dejar su orgullo de lado para decirle lo que verdaderamente buscaba.
—Te mostraré cómo acostumbro a ensillar a las yeguas resabiadas— se refería a ella y se acercó mucho. En cambio, ella dio un paso atrás, pero él no se detuvo, sino que la acorraló detrás de la yegua que relinchaba. Sus miradas se encontraron, y tras varios segundos no dejaron de obs