CAPÍTULO 90. Cabalga, jaca.
—Pues guárdeselo. A mí no me comprará con dinero; usted pidió un pago de silencio con sexo, ahora también vamos mi compi y yo a exigir lo mismo —le dijo el hombre avanzando mientras ella daba varios pasos atrás.
—¿Qué más, aparte de dinero, está dispuesta a ofrecer? Pues bien, ofrezca —dijo el otro hombre también acercándose a ella.
Cristina miró a los dos hombrecillos como quien mira lo que acaba de caer del culo de un animal. No estaba segura de lo que le estaba proponiendo aquel sucio empleado que quería follar con ella; le señaló con el dedo antes de escupir sus palabras.
—¿Pretenden que me acueste con los dos…? —preguntó incrédula, y ellos asintieron llenos de malicia.
—No, no, de acostarse nada, lo que queremos es follarla aquí, a cuatro patas como la yegua en celo que es —expuso Juan, recordando cómo Ramón la puso a gata en las caballerizas.
Cristina parpadeó varias veces. Pasó la mirada por el otro empleado para ver si ese se arrepentía y se echaba para atrás.
Dio dos pasos ha