Capítulo 99. La firmeza de Maximiliano.
Maximiliano Delacroix
El pasillo me pareció de pronto interminable. Cada paso que daba por el pasillo, resonaba como un disparo en la madera, rebotando en mis sienes junto al latido frenético de mi corazón. Mía… mi pequeña Mía.
No había tiempo para el miedo. Solo quedaba espacio para la furia.
Dos de mis hombres, Rodrigo y Esteban, me vieron salir de la suite casi corriendo y se incorporaron de inmediato, como si ya hubieran sentido la tormenta que venía conmigo.
—Manden a los hombres que tenemos a cerrar todas las salidas de la finca —ordené sin mirarlos, con la voz baja, pero tan dura, que me sorprendí a mí mismo—. Nadie entra, nadie sale. Y quiero a todo el personal de seguridad de los Velasco localizado en dos minutos.
Rodrigo apenas asintió y ya estaba tecleando en su radio. Esteban se adelantó para abrirme paso. Yo no aminoré la marcha. La rabia era un hierro candente en mi garganta.
Mi niña no estaba en su cama. Y la niñera… parecía sedada.
Quien fuera que se atreviera a tocar