Capítulo 100. Un hombre con poder.v
Maximiliano Delacroix
El zumbido de los monitores apenas se oía sobre el rugido que me latía en las sienes. Mis hombres mantenían a los guardias bajo la presión de mi mirada cuando, desde la puerta, se escucharon unos pasos y entró José Velasco.
El ceño fruncido, la chaqueta desabrochada como si hubiera corrido.
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Ingresó como si la estancia le perteneciera, bueno y de algún modo le pertenecía, después de todo esa era su casa. La chaqueta del traje ligeramente abierta, el ceño fruncido.
Sus ojos, oscuros y afilados, recorrieron el lugar: los monitores encendidos, mis hombres apostados, los guardias propios de la finca con el nerviosismo estampado en el rostro.
Sus ojos se movieron de mis hombres a los suyos, luego a mí, buscando una explicación.
Era nada más y nada menos que José Velasco.
Su mirada se detuvo en mí, como un rayo que reconoce a su igual.
—¿Qué diablos significa esto? ¿Me explicas qué pasa, Maximiliano? —Su voz grave y profunda llenó la sala con un eco que hizo que has