Amy Espinoza
Me quedé inmóvil unos segundos, intentando procesar que, después de todo lo que había ocurrido, tuviera el descaro de aparecer así.
—No me llames así —respondí, con una voz tan fría que hasta yo la sentí cortante—. No tienes derecho.
Adrián frunció apenas el ceño, pero enseguida recuperó su pose de galán arrepentido.
—Sé que estás enojada. Lo que viste… lo de la revista… es un malentendido.
Solté una risa seca.
—¿Un malentendido? —me crucé de brazos—. Vi las fotos, Adrián. La ceremonia. El beso. La maldita sonrisa de boda. ¿Sabes qué no vi? Arrepentimiento.
Él dio un paso hacia mí.
—Luciana y yo… es complicado.
—No, no lo es —lo interrumpí—. Es simple, te casaste con mi mejor amiga. Con ella sí quisiste casarte. Conmigo, no. Eso lo dice todo y no hay más explicaciones. Debiste ser valiente para decírmelo en la cara y terminar tu relación conmigo primero, no que me enterara por una maldita revista.
El ramo que sostenía se inclinó apenas, como si su mano hubiera perdido fue