Capítulo 36. El poder de un nombre.
Amy Espinoza
Todavía sentía sus labios sobre los míos. Era como si el beso hubiera dejado una huella invisible, un ardor extraño que me hacía temblar. Y, sin embargo, el fuego de ese instante se apagó en un segundo, como si alguien hubiera arrojado agua helada sobre nosotros.
El nombre.
José Luciano Velasco. El padre de Luciana, la esposa de Adrián.
Había escuchado el nombre claramente desde el altavoz del teléfono. Y lo que me estremeció no fue la voz del asistente anunciándolo, sino lo que provocó en Maximiliano. Su rostro cambió de manera brutal. Se endureció como piedra. Sus ojos, que un instante antes me quemaban de deseo, se tiñeron de un color verde tan intenso que parecían cuchillas.
Me quedé mirándolo, sin atreverme a moverme.
Yo conocía ese nombre. Todos en este país lo conocían. José Luciano Velasco no era un hombre cualquiera: era uno de esos magnates de la industria de la farándula, que se paseaban en las altas esferas de la política y los negocios, dueño de una influenci