Capítulo 35. Nada es tan simple.

Maximiliano Delacroix

Me quedé en el umbral, observando como madre e hija se fundían en un abrazo que parecía capaz de coser todas las heridas del mundo, después de su pequeño triunfo. Amy escondía el rostro en el cabello de la niña, temblando, y Mía reía con esa risa limpia que desarma cualquier muro.

—Mami… —La voz de la pequeña irrumpió en medio del silencio emocionado—. ¿Cuál es la canción que más te gusta?

Amy levantó la cabeza con los ojos aún brillantes, sorprendida por la pregunta.

—¿Mi canción favorita? —replicó, como si la idea le resultara lejana.

—Sí —insistió Mía, sonriendo con impaciencia—. La que más te gusta de todas. ¡Quiero cantarla contigo!

El murmullo suave de los presentes se apagó por completo. Nadie intervino. Todos esperaban, como si fueran testigos de algo sagrado.

Amy respiró hondo y, por primera vez desde que había entrado en esa sala, dejó escapar una sonrisa. No la sonrisa tensa y forzada que había usado toda la noche anterior para disimular, sino una sonr
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