Capítulo 37. La invitación del enemigo.
Maximiliano Delacroix
—Lo siento mucho, Amy, pero no tengo por qué darte explicaciones. El hecho de que te esté ayudando y estés viviendo en mi casa, no te da derecho a inmiscuirte en mis asuntos —siseé con firmeza.
—Lo siento —susurró ella y se quedó en silencio, la confusión temblando en sus ojos. La vi quedarse quieta, tragándose lo que quería decirme.
La vi allí con la confusión temblando en sus ojos. Se quedó quieta, luchando seguramente con las palabras que quería decirme, con esa expresión de angustia en su rostro, por un momento, sentí ese tirón interno, esa tentación de volver, de explicarle, de decirle las razones por las cuales me había puesto así. Pero no lo hice, a veces había cosas que era mejor mantenerlas como estaban.
—Ahora, con tu permiso, necesito retirarme —dije, con voz neutra, y me giré sin darle margen a detenerme.
La puerta se cerró tras de mí, ahogando cualquier posibilidad de réplica. Cada paso que di por el pasillo fue un recordatorio de quién debía ser. No