Capítulo 212. No íbamos a huir.
Amy Espinoza.
—Vine por una limonada, después de una mañana de ejercicio —respondí, con calma glacial—. Si su jefe lo ve como una amenaza, dígale que necesita vacaciones.
El hombre soltó una risa breve, sin humor.
—Tiene agallas.
—Y prisa —repliqué, dándole la espalda.
Caminé hacia la salida con la respiración contenida.
Cada paso me costaba una eternidad.
No corrí.
Nunca hay que correr cuando los lobos huelen miedo.
El barman levantó la vista, sorprendido, cuando pasé frente a él.
—¿Ya se va? —preguntó.
—Sí, gracias. Estaba delicioso.
Crucé la puerta, y el aire del mediodía me golpeó el rostro como una bofetada de libertad.
No miré atrás, no quería ver que me perseguía. Caminé con ritmo constante hasta el coche.
Cuando al fin estuve dentro, dejé caer la cabeza sobre el volante. Y solo ene se momento permití que el temblor me alcanzara.
Saqué el USB del bolsillo y lo observé bajo la luz.
Ahí estaba.
El pequeño rectángulo de metal que podía destruirlos… o salvarnos.
Encendí el motor y