Capítulo 210. Ganar sin complicaciones.
Amy Espinoza
El olor a café recién hecho llenaba la cocina cuando lo vi entrar.
Adrián parecía un fantasma de sí mismo: la camisa arrugada, la barba sombreándole la mandíbula, el gesto cansado de alguien que no ha dormido en varios días.
Se quedó de pie, mirándome en silencio, como si no supiera por dónde empezar.
—¿Quieres una taza? —pregunté, sin rodeos.
—Sí, gracias —respondió, con una voz ronca, casi apagada.
Serví el café sin decir nada más.
A veces las palabras sobran.
El sonido del líquido cayendo en la taza fue lo único que rompió el silencio.
Se sentó frente a mí y, por un momento, solo lo observé.
Era extraño tenerlo frente a mí, otra vez, pero ya no como el hombre que un día me rompió el corazón, sino como alguien derrotado, vulnerable, casi perdido.
Y, pese a todo, seguía siendo parte de mi historia.
De la mía y de Maximiliano.
Porque la vida, con su retorcido sentido del humor, había decidido que los tres terminaríamos en el mismo tablero.
—¿Cómo está ella? —pregunté, fin