Capítulo 208. La cabaña del silencio.
Maximiliano Delacroix
Salió del apartamento de Adrián con destino a mi casa. El motor del coche rugía con ese sonido grave que solo hacen los autos cuando atraviesan la madrugada.
La ciudad estaba solitaria, sus calles vacías y una niebla baja que arropaba la ciudad como una especie de cúpula.
Adrián iba en el asiento del copiloto, callado, con la mirada perdida hacia el parabrisas. Detrás, Pandora respiraba con dificultad, su cabeza apoyada contra la ventana y el rostro pálido bajo la luz amarillenta de las farolas.
Cada tanto, Adrián giraba para asegurarse de que estuviera bien.
El reloj del tablero marcaba las tres y media cuando el coche dobló por el camino principal que conducía a mi casa. Las luces del portón se encendieron automáticamente, proyectando sombras largas sobre los árboles húmedos.
El silencio era tan espeso que podía oír el motor respirar.
Adrián iba a mi lado, con el ceño fruncido y la mirada clavada en el asiento trasero, donde Pandora seguía inconsciente, recosta