Capítulo 207. Riesgos compartidos.
Maximiliano Delacroix
Adrián no respondió de inmediato. Se movió con esa lentitud contenida que tiene la gente cuando ya no quiere discutir, cuando sabe que cualquier palabra puede detonar algo peor.
Fue directo hacia ella, la sostuvo antes de que se desplomara, con cuidado, casi con ternura. Y eso fue lo que me irritó. No el gesto, sino el trasfondo.
Esa familiaridad. Esa confianza que no terminaba de cuadrarme.
—¿Qué está pasando, Adrián? —pregunté, la voz más dura de lo que pretendía—. ¿Acaso me hiciste arriesgar mi reputación, mis negocios, mi familia, y en verdad tienes una relación con ella?
La pregunta flotó en el aire como una bala.
Él levantó la vista, pero no con ofensa, sino con un tipo de cansancio que solo se ve en los hombres que ya están demasiado golpeados.
—No saques conclusiones precipitadas, Maximiliano —respondió en un tono grave, sereno, casi paternal—. Eres un hombre inteligente. No te dejes llevar por las apariencias.
—Entonces explícame, ¿por qué diablos está a