Capítulo 185. El destino no acepta devoluciones.
Maximiliano Delacroix
Salir de aquella sala de visitas fue como atravesar dos mundos completamente distintos: uno apestaba a encierro, derrota y sombras; el otro, aunque tampoco era perfecto, olía a poder, decisiones y aire libre. Y yo pertenecía al segundo… aunque acababa de meter un pie en el primero por voluntad propia.
No sabía si eso me convertía en un hombre noble o en el idiota más grande del siglo, pero ya estaba hecho. Y ya que iba a entrar al infierno, sería con mis reglas.
Caminé por el pasillo principal del centro de reclusión sin mirar atrás. El guardia que nos escoltaba apestaba a tabaco rancio y a indiferencia. Si por mí fuera, le habría comprado una barra de jabón y dignidad, pero estaba de paso; no había tiempo para reformas sociales.
El abogado que había enviado Lorenzo, me esperaba al final del corredor. Traje impecable, maletín de cuero, ese olor a bufete caro que solo tienen los hombres que facturan por minuto. Me vio venir y se enderezó.
—Señor Delacroix —saludó,