Capítulo 186. Reparar los pedazos.
Adrián Soler.
El día se arrastró como una sábana húmeda pegada a la piel. La celda no cambia su tamaño por más que uno lo desee: sigue siendo pequeña, sucia, con la ventana a ras de techo, por donde entra una luz cruel que te recuerda a qué distancia está el mundo.
Me pasé el resto del día contando grietas en el techo, como quien repite un mantra para no desmoronarse. Conté hasta quedarme sin números y volví a empezar.
No pasó nada. Los turnos de los guardias entraban y salían sin mirarme. Los mismos gritos por la radio, las mismas ruedas de carritos de comida que alguien empujaba por el pasillo, para darle a quienes tenían influencia en este recinto. Los mismos insultos mudos que se intercambiaban las celdas.
Me miraban como si fuera un muñeco roto de un espectáculo que ya no produce risa: “miren, el actor que quiso matar a su esposa”, decían, sin humor ni asco, con la curiosidad morbosa de quien hojea un cadáver con los dedos.
No recibí visitas. A medianoche mi estómago ya sabía e