Capítulo 183. No tengo a dónde ir.
Maximiliano Delacroix
Lo primero que hice fue mirar su rostro con calma, aunque por dentro todo me ardiera. No iba a humillarlo, ni mucho menos cebarme en la miseria de otro hombre. No era mi estilo.
—¿Fue Amy? ¿Ella pidió que me ayudaras? —preguntó Adrián, la voz rota, como si cada palabra le costara un latido.
El silencio entre los dos tuvo peso propio. Lo llené con la única verdad que me importaba en ese instante.
—No fue Amy —respondí, despacio—. Fue Mía.
La mención del nombre lo atravesó. Pude verlo, quizá demasiado tarde: la esperanza que buscaba enredarse con la culpa. Sus ojos se agrandaron, la boca se entreabrió en una mueca que no llegó a una palabra.
No era una lágrima lo que se formó, sino algo más duro: la sorpresa de un hombre que no esperaba salvación de a quien no había protegido.
Lo vi bajar la cabeza, no sin antes ver el dolor en su expresión. Me acomodé en la silla frente a él. El rincón de la sala olía a desinfectante y a desesperanza. Las luces fluorescentes mol