Capítulo 182. Las sombras del encierro.
Adrián Soler.
El ruido del portón de hierro cerrándose detrás de mí sonó como un disparo seco.
Ese fue el momento exacto en que entendí que había cruzado una frontera sin retorno.
El olor del lugar me golpeó primero. Sudor, humedad, metal oxidado y ese hedor agrio de encierro que se mete en la piel y no se va.
—Aquí está el nuevo —anunció uno de los guardias, empujándome por la espalda.
Tropecé, pero no caí. No les daría el gusto.
—¿Nombre? —preguntó otro, sin siquiera mirarme.
—Adrián Soler —respondí.
El guardia anotó algo en una libreta grasienta.
—Número 4716. Sector C.
—Pero esa área es muy peligrosa, a él no debería llevarse para allá —protestó otro.
—¡Tú te callas! ¡Son órdenes y estas se cumplen!
Y mientras hablaba, me miró con esa sonrisa torcida de los hombres que disfrutan el poder cuando lo ejercen sobre alguien esposado.
—Bienvenido al infierno, estrella —dijo, burlón.
El pasillo era largo, estrecho, y las luces parpadeaban como si el edificio respirara a su propio ritmo.