Capítulo 158. Un hogar lleno de luz.

Amy Espinoza

Todavía podía escuchar los aplausos cuando salimos del Teatro Dolby.

El aire de Los Ángeles estaba tibio, cargado de luces y murmullos. La gente seguía agolpada a la salida, algunos esperando una foto, otros simplemente mirando, como si no quisieran que la noche terminara.

Maximiliano me rodeó con un brazo para abrir paso entre la multitud. Mía iba en sus brazos, con los ojos brillantes y la sonrisa más grande del mundo.

—¡Mami, todos te gritaban! —exclamó, riendo, mientras subíamos los escalones hacia la limusina que nos esperaba.

—Sí, amor… —respondí, aún sin poder creerlo—. Fue una locura.

Max me miró de reojo, con esa calma que a veces se parece al orgullo.

—No fue locura, fue merecido —dijo—. Lo hiciste perfecto.

Cuando la puerta del coche se cerró, el ruido de la calle se desvaneció y todo se volvió silencio. Solo quedábamos nosotros tres en el asiento trasero.

Nuestra respiración, las luces que pasaban afuera y ese vértigo dulce de saber que todo había salido bien
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