Capítulo 131. El peso de lo no dicho

Amy Espinoza

El mareo empezó justo cuando subí al coche.

Ni siquiera había cerrado la puerta y ya sentía la cabeza darme vueltas.

Tragué saliva, intentando disimular, pero el estómago me dio un vuelco.

No era hambre, ni cansancio. Era otra cosa.

Maximiliano me miró de reojo, como si fuera a decir algo.

No le di oportunidad.

—Por favor… no quiero hablar ahora —murmuré.

Su silencio fue una especie de alivio.

Cerré los ojos y respiré despacio, tratando de contener esa sensación horrible que subía por mi garganta.

El auto arrancó.

Mía dormía en mi regazo, ajena al mundo.

La acaricié con la mano temblorosa para distraerme.

El aire acondicionado golpeaba directo, y aun así tenía calor.

El cuerpo me pesaba, la mente me ardía.

El silencio era tan espeso que podía escuchar mi respiración entrecortada.

Afuera, la ciudad pasaba rápido: palmeras, autos, un atardecer que parecía burlarse de nosotros con su calma.

Yo solo pensaba en aguantar.

En no hacer ningún ruido, en no mostrarle a Maximiliano
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