Capítulo 130. No puedo hablar.

Maximiliano Delacroix

El avión tocó tierra con un golpe seco que me sacó del trance en el que había estado las últimas horas.

El ruido de las ruedas rozando la pista llenó la cabina, seguido por el aviso del piloto.

Hawái se había quedado atrás, y con él, todo lo que intenté dejar allá abajo.

Pero la distancia no cura nada. Solo le da más espacio al silencio.

Amy no me miró mientras guardaba la manta con la que había cubierto a Mía.

La niña seguía dormida, ajena a todo, con los brazos rodeando a su madre como si temiera que alguien pudiera apartarla.

Amy la acomodó en sus brazos con ternura, y ese simple gesto me partió en dos.

Me puse de pie antes que ellas y bajé el equipaje de mano, más por inercia que por cortesía.

Cuando la ayudé a levantarse, mis dedos rozaron los suyos, pero no sentí nada. O quizás sí, pero el miedo a sentir más me hizo retirarme antes de tiempo y a bloquear cualquier emoción.

Todo era mecánico, distante.

Le ofrecí la mano para que bajara los escalones, y ella
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