Capítulo 14. Cueste lo que cueste.

Amy Espinoza.

—Ese coche es mío —alcancé a decir, sin aire—. Llevo años… Yo…

—Señora, baje del vehículo.

La palabra “señora” tuvo filo. Miré a Mía. Ella ya lloraba desesperada, mordiendo el labio como cuando se cae y finge que no duele.

—Tranquila, mi vida —mentí, porque ya no me quedaban verdades—. Todo va a estar bien.

No estaba bien. El segundo policía rodeó el coche. Y en la acera, como si la hubieran convocado con un silbato, empezó a llenarse de miradas: madres con termos de café, padres con gafas de sol, teléfonos en alto. Grabando. El rumor crecía como espuma sucia.

Abrí la puerta con los dedos entumecidos. Enseguida los policías rodearon mi muñeca con las esposas, eso fue un golpe de realidad: frío, exacto, humillante.

—Esto es un error —repetí, mirando a los ojos al oficial, buscando una grieta—. Él… él sabe que yo…

—Señora —interrumpió, profesional, casi cansado—. Tiene derecho a guardar silencio y a comunicarse con su abogado. Todo lo que diga puede ser usado en su contra.
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