Capítulo 13. La trampa del pasado

Amy Espinoza.

Seguí a Maximiliano hasta que llegamos frente a la puerta principal y allí vi el coche estacionado al frente. Brillaba bajo la luz de la mañana, impecable, como recién salido de un concesionario. Las hendiduras de la carrocería ya no existían, el cristal estaba pulido, y hasta el interior, lo comprobé al asomarme por la ventana, olía a cuero nuevo. Era mi coche, sí, pero parecía otro.

Me impresionó que hubiese logrado hacer eso en menos de 48 horas.

Por un instante, sentí que algo dentro de mí quería agradecerle. Que alguien hubiera recogido mis pedazos rotos y los hubiera vuelto a ensamblar era… inesperado.

Pero Maximiliano no me dio espacio a saborearlo.

—Está listo —dijo con esa naturalidad de quien hace un favor mínimo—. Podrás usarlo cuando quieras.

La pintura brillaba más que cuando lo sacamos de la agencia; ni un solo rayón.

Mi corazón se encogió.

Por un instante no supe si llorar de alivio. Ese coche era más que un objeto; era el recordatorio de mi fracaso, del p
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