61. Esperanza en medios del caos.
La sed que siente Azucena en medio de éste sol, con la piel enrojecida, ya doliéndole por la insolación, es para matarla de deshidratación. La dejaron aquí como un perro, sin comida, sin un poco de agua. No sabe cuántas horas ha pasado aquí agachada, ya debilitada. El ardor en su piel es crudo, y no sabe cuánto más podrá aguantar. Tanto, que sus labios ya están resecos por completo, agrietados.
Intenta ver el sol. Es imposible.
¿Morirá aquí? Así de simple, por la insolación, de hambre, de deshidratación. ¿Morirá así sin más?
Es posible.
Aprieta las manos en las barandas, pero estás siguen tan calientes como el piso que toca sus pies. Dios debe darle una señal. ¿Gritar? Azucena se da cuenta de un bote a los lejos. No. Es una lancha. Aunque el piso hierva como el infierno se pone de pie y grita.
—¡Ayuda! —grita con todas sus fuerzas moviendo las esposas como si pudiese quebrarlas—. ¡Ayúdenme! ¡Por aquí! ¡Ayuda…!
Su voz queda atascada en el olvido con el trapo que cubre su boca. El cuerp