62. Destrucción

—¡Rafael! —la arrastran hacia el cuarto donde estaba antes. Azucena muerde los dedos del hombre que la carga en contra de su voluntad, intentando sostenerse de algo para ganar fuerzas y así patalearlo y huir a la salida, y seguir gritando—. ¡Suéltame!

—Apoya a los demás. ¡Vete! —una voz reconocible entra a la habitación cerrada, hacia donde la tiran y la empujan al suelo, privándola de libertad. Ramiro tiene la pistola en la mano y con crudeza la está observando. Patalea la puerta para cerrarla—. ¿Qué hiciste?

Debido al golpe de inanición y la insolación Azucena está demasiado agotada para hablar o moverse. Los ruidos de afuera indican con claridad que un caos se propicia, y que la oportunidad de vivir y salir de aquí es un milagro enviado por Dios. Azucena se relame los labios con la mirada pérdida, y segundos después, su mirada cambia desafiante. El arma de Ramiro está cargada.

—¡Habla! ¡¿Fuiste tú?!

—¿Cómo voy a ser yo si estoy aquí, idiota? —Azucena escupe. Unos cuantos pasos más
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