38. No puedes callar más

Enmudecida, azotada por la impresión, Azucena permanece quieta y vaga en las frases que le quitan el aliento. Para mal. ¿Qué busca Sebastián en estos momentos con una confesión como ésta? Pasa saliva, más confundida que nunca. Azucena mira las manos de Sebastián y al quedarse sin aire, empieza a comprenderlo un poco.

—Yo —comienza con un balbuceo—. No sé qué decir…

—No hay nada qué decir, lo sé —Sebastián responde en un tono indescifrable—. Esto lo digo porque quiero que me veas eligiéndote por encima de todas las cosas. Y que siempre seré tu amigo.

Azucena abre los ojos condolida. ¿Cómo una frase pudo cambiarlo todo de la noche a la mañana? Algo ahora, así sin más. Su mente que ya estaba abollada por sus frases anteriores ahora empeora en lo que claramente no puede responder. No puede responder a un amor así. Sigue confundida.

—Quiero que entiendas, Sebastián, que aunque yo no recuerde lo que sucedió, confío en lo que dices, en que eras mi amigo —Azucena le toca el rostro—, y gracias
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